17 marzo 2024

EDUCACIÓN Y LETRADAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Cuando nos fijamos en el estudio de la mujer culta en el Medievo, se observa que muchos autores se centran en la historia de conocidas figuras bajomedievales como, por ejemplo, Leonor de Aquitania y su hija, María de Champaña, o Christine de Pizan. Sin embargo, podemos plantearnos si otras mujeres que se sitúan en la época más temprana del período medieval pudieron adquirir las mismas posibilidades: aprender a leer y escribir, estudiar las artes liberales* o dedicarse a la escritura o la enseñanza.

Sabemos que las aristócratas tenían más oportunidades, pero al margen de una educación dirigida a su clase social y la derivada de los textos sagrados, ¿qué mujeres de la Alta Edad Media estaban alfabetizadas?, ¿sólo lo fueron las pertenecientes a la nobleza?, ¿qué margen de actuación tenían las mujeres instruidas?
Para no hacerlo tan extenso como sería si ampliara mi texto a mujeres del conjunto europeo, en esta entrada me ceñiré al marco cronológico de los siglos V al X y territorialmente a la península ibérica.

ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE

Con la caída del Imperio romano de Occidente también desaparecieron las antiguas escuelas municipales y las instituciones eclesiásticas se encargaron de la educación pública, siendo las escuelas parroquiales, episcopales y monásticas las posibilitadoras de un nivel básico de instrucción para la infancia.

Pierre le Mangeur dando clase
Miniatura de La Bible historiaux, s. XV
París, Biblioteca Mazarine. Ms. 313, f. 1r
Fuente: Biblissima

Los monasterios albergaban la cultura clásica y los textos sagrados eran transmitidos a niños y niñas** a los que enseñaban a leer y escribir, pero principalmente fueron para la mujer el lugar donde adquirir cultura, prestigio y libertad.

Muchas abadesas intercambiaron correspondencia con los grandes prelados de la Iglesia, escribieron hagiografías, comentarios de textos sagrados y tratados. Monjas y abadesas ejercieron de maestras, fueron bibliotecarias y copistas que multiplicaron los textos en sus scriptoria y alcanzaron un gran nivel cultural que les permitió estar a la altura de los obispos. 

EDUCACIÓN Y PODER

En los reinos germánicos, los jóvenes de la élite social eran enviados a las cortes reales para recibir educación militar y cultural. En la Hispania visigoda, el palatium de Toledo no sólo fue el lugar privilegiado para los varones de la aristocracia, sino también jóvenes damas residían y se educaban en la corte.

Las niñas de la nobleza debían aprender tanto las habilidades de costura y bordado como las letras, y para esto último podían estar a cargo de un preceptor en sus casas. No obstante, lo más usual era enviarlas a los monasterios donde les enseñaban a leer y escribir, pero también podían recibir clases de música, aritmética y otras disciplinas de las artes liberales. Muchas de ellas continuarían su vida en el monasterio, pero las jóvenes que quisieran casarse y volver al mundo seglar podían hacerlo.

No fueron pocas las mujeres de noble cuna que encargaron y financiaron la copia de libros y la redacción de nuevas obras, porque además, poseían bibliotecas, solicitaban libros, dedicaban gran parte de tiempo a la lectura y muchas de ellas, a la escritura de poesía, cartas y tratados. Asimismo sabemos que las mujeres que permanecieron en el siglo fueron las transmisoras de la educación de sus hijos a través de los escritos conocidos como speculum, y algunas encargaron la realización de crónicas históricas para enaltecer su linaje.

El activo papel que tuvieron las reinas fue decisivo para los destinos de los reinos bárbaros. Los lazos matrimoniales con mujeres de noble estirpe hacían posible la entronización de reyes y algunas reinas consortes se convertían en auténticas reinas de facto.

Muchas nobles hispanorromanas y godas proporcionaron apoyo económico y militar a sus maridos, y distintas monarcas impusieron la autoridad real y mantuvieron su posición mediante redes clientelares. Intercambiaban cartas con grandes personalidades de la época, intervenían en las finanzas y en las luchas de poder, promovían pactos matrimoniales, ejercían el patronazgo, hacían donaciones y estaban presentes en las negociaciones de los magnates.

Sabemos, por tanto, pese a la escasez de fuentes y en las que apenas son nombradas o de forma muy somera, incluso por referencias indirectas en ocasiones, que las aristócratas altomedievales fueron instruidas y encontramos varios ejemplos de ello, en este caso, en la península ibérica.


GOSVINTA, GALSVINTA Y BRUNEQUILDA

Una de las reinas visigodas de mayor protagonismo político fue Gosvinta, que mantuvo su influencia a lo largo de tres reinados sucesivos, incluso durante el de Recaredo (contra quien conspiró), hasta que la reina murió en el año 589.
Su primer marido fue Atanagildo (rey entre 554-567), con quien tuvo dos hijas: Galsvinta y Brunequilda.

Brunequilda
Les Françaises illustres, 1893
Fuente: Google Libros
Brunequilda
(ca. 550-613) nació y se educó en Toledo (capital del reino visigodo desde Atanagildo), pero fue enviada a Metz para casarse con Sigeberto I, por lo que se convirtió en reina de Austrasia y actuó de regente en Austrasia y Borgoña. Al igual que su madre y su hermana, había recibido una buena formación en la corte toledana, pero se distinguió por ser protectora de las artes y las letras.

Por la descripción de Gregorio de Tours en su Historia Francorum y los versos laudatorios dirigidos a Brunequilda por el poeta y obispo de Poitiers, Venancio Fortunato, conocemos acerca de los rasgos que eran admirados en princesas y reinas, y una buena formación cultural era algo que se esperaba de ellas por el nivel de su cargo, además de determinadas actitudes como la caridad y la piedad religiosa.


BADDO

La conversión de Recaredo
Antonio Muñoz Degrain, 1888
Dominio público: Wikimedia Commons 

Baddo fue esposa de Recaredo (rey entre 586-601) y aunque ella no era de origen noble se casaron y fue reina de los godos. Participó en el III Concilio de Toledo (589) y firmó junto a su esposo las actas conciliares donde figuraba como Gloriosa regina.





BENEDICTA

A mediados del siglo VII se desarrolla la historia de Benedicta. Una joven hispanorromana de origen noble que estaba prometida a un gardingo de la corte real donde ella también residía, pero huyó a Cádiz y allí se puso en contacto con el obispo de Braga, Fructuoso, quien la formó como abadesa y la instruyó en las Sagradas Escrituras mediante el intercambio epistolar, lo que nos indica que, obviamente, sabía leer y escribir.

DHUODA

Entre los años 841-843 Dhuoda escribió un manual formativo para su primogénito Guillermo. Esta obra nos permitió conocer mejor el papel de la mujer de la nobleza carolingia, el nivel educativo y los conocimientos que tenía esta noble sobre textos sagrados y laicos.


LEODEGUNDIA

Boda medieval
Miniatura de Niccolò da Bologna, 1350
Dominio público: Wikimedia Commons

Leodegundia
fue hija del rey Ordoño I de Asturias (850-866) y con motivo de su boda a mediados del siglo IX con un príncipe de Pamplona se compuso en su honor un epitalamio, es decir, un poema con notación musical o himno nupcial.
El poema ensalza a esta joven de estirpe real, dejando patente las cualidades intelectuales, morales y religiosas que se atribuían a las princesas y reinas de la época. Se trataba de una mujer instruida en las letras sagradas y profanas que, como otras nobles, sabía latín en su forma culta, y cuya erudición y caridad se añadían a su belleza física.


MUMADONA DÍAZ

Mumadona Díaz (c.900–968) fue una condesa de la Gallaecia que fundó el monasterio de Guimarâes en el 950 y enriqueció su biblioteca con la donación de numerosos libros tanto litúrgicos como no litúrgicos y textos de los padres de la Iglesia.

LA MUJER CULTA DE AL-ÁNDALUS

Los diccionarios biográficos son un género característico de la literatura árabe que recoge las biografías y obras de los hombres sabios de la sociedad musulmana, los ulemas, que se dedicaban a las ciencias religiosas y profanas. No obstante, en estos diccionarios se incluyen las biografías de algunas mujeres de relevancia social, mencionadas fundamentalmente por sus vínculos de parentesco, ya fueran familiares de ulemas, de familias reinantes (hijas de califas, etc.) o porque pertenecieran de otro modo a la corte como las esclavas.

Las niñas de familias distinguidas crecían en entornos donde predominaba la dedicación al estudio, puesto que los ulemas eran jueces, notarios, predicadores en las mezquitas, funcionarios de la administración, etc. Por lo tanto y si así lo consideraban los hombres, algunas jóvenes recibían su formación de los varones de su entorno familiar. La mujer no podía relacionarse con otros maestros ni acudir a las clases públicas impartidas en las mezquitas, mientras que un varón que quisiera formarse ampliamente podía viajar a distintas ciudades y países a escuchar a otros maestros, así como culminar sus estudios peregrinando a la Meca.

Las mujeres libres se dedicaron tanto a las ciencias profanas, es decir, gramática, caligrafía, poesía, medicina, etc., como a las ciencias religiosas que englobaban el estudio del Corán, jurisprudencia y todo lo que tuviera que ver con la ley islámica.

En el harén
Juan Giménez Martín, ca. 1895
Dominio público: Wikimedia Commons

Las esclavas se dedicaban sobre todo a la composición poética, pero también al estudio de la lengua árabe, a las funciones de katiba (secretaria al servicio de su señor o señora) y muchas eran especializadas en caligrafía. Las poetisas y cantoras fueron numerosas porque eran educadas para el entretenimiento de los hombres en los salones palaciegos y las grandes mansiones, cantando, recitando o improvisando poemas.

Muy pocas mujeres se dedicaron a la enseñanza y menor aún fue el número de discípulas de mujeres. En cambio, sí podían recibir lecciones de doctos hombres que no fueran familiares suyos, pero siempre acompañadas de un pariente o detrás de una cortina.

HASSANA AL-TAMIMIYYA

Hassana al-Tamimiyya fue una poeta del siglo VIII nacida en Elvira (Granada), descendiente de un reconocido panegirista andalusí. De ella se conservan tres poemas que dirigió a los emires al-Hakam I (796-822) y Abd al-Rahman II (822-852), dos de ellos pidiéndoles ayuda después de que el gobernador de Elvira no reconociera un mandato de al-Hakam I por el que quedaba exenta del pago de unos impuestos sobre sus tierras. Una vez resuelto el caso por Abd al-Rahman II, Hassana le envió otro poema, esta vez de agradecimiento al emir por su intervención y justicia.

UMM AL-HASAN BINT SULAYMĀN

La historia de esta mujer es toda una excepción porque estudió con un ulema ajeno a la familia y viajó a la Meca dos veces, algo que aprovechó para continuar sus estudios de hadiz y jurisprudencia (fiqh), aunque se destaca que otras seis mujeres de su familia también hicieron la peregrinación.

Umm al-Ḥasan bint Sulaymān pertenecía a una tribu bereber que llevaba tiempo asentada en al-Ándalus y que, al igual que otras tribus bereberes, estaba bastante arabizada. De ella se ha destacado su ascetismo y su talento intelectual, además del hecho de acudir a tomar clases una vez por semana en casa de un prestigioso alfaquí de al-Ándalus, Baqi b. Majlad (ca. 816-889), quien la recibía en solitario para que no se relacionara con otros alumnos.

FADL, ALAM Y QALAM

El califato de Córdoba en tiempos de Abderramán III
Dionisio Baixeras Verdaguer, 1885
Dominio público: Wikimedia Commons
Fadl, Alam y Qalam (s. IX) se educaron en Medina, pero fueron trasladadas a al-Ándalus como esclavas cantoras. Fueron compradas para Abd al-Rahman II (822-852) junto a otras mujeres y trasladadas al alcázar de Córdoba donde, además de cantoras, fueron especialistas en gramática, literatura árabe, retórica y poesía. 
Qalam era de origen norte peninsular (vasca o navarra), pero había sido raptada de joven durante una incursión y enviada a Medina donde fue obligada a estudiar poesía árabe, canto, danza y caligrafía.

LUBNA DE CÓRDOBA

Lubna de Córdoba (siglo X) se distinguió por sus conocimientos en varios ámbitos. Además de ser buena calígrafa y poetisa entendida en gramática y métrica árabe, sabía matemáticas. Fue esclava y katiba de al-Hakam II (961-976), dirigió la biblioteca califal de Córdoba e impulsó la creación de la biblioteca de Medina Azahara junto a un erudito judío. Se encargó de buscar nuevos libros viajando a otras ciudades del mundo islámico y de copiar y comentar manuscritos. Murió en el 984 o 986.

RAYHANA

El almocrí*** Abu Amr al-Dani (981-1053) tuvo como discípula en su residencia de Almería a Rayhana, que estudiaba el Corán separada de su maestro por una cortina, mientras éste le indicaba las pausas con una varita. Ella le solicitó licencia para enseñar (iyaza), pero él no se la concedió, sin embargo, Rayhana continuó estudiando hasta que la consiguió.


Notas:

*Artes liberales:
    Trivium: gramática, retórica y dialéctica/lógica.
    Quadrivium: aritmética, geometría, música y astronomía.

**Los monasterios también acogían oblatos, que eran niños y niñas donados a la Iglesia, procedentes de familias nobles (que los ofrecían como exvoto) o pobres que se aseguraban de que el niño/a fuera alimentado, vestido y educado, y tuviera, en definitiva, unas buenas condiciones de vida.

***Lector del Corán en las mezquitas.

Bibliografía y recursos:

Ávila, María Luisa. “Las mujeres sabias en al-Andalus”. La mujer en al-Andalus: reflejos históricos de su actividad y categorías sociales. Ed. Mª J. Viguera. Madrid, Sevilla, Universidad Autónoma de Madrid, Editoriales Andaluzas Unidas, 1989, pp. 139-184. Disponible en: <http://hdl.handle.net/10261/14481>

Calado, Luciana; Costa, Claudia (org.). Vozes de mulheres da Idade Média. João Pessoa: Editora UFPB, 2018. Disponible en: <http://www.editora.ufpb.br/sistema/press5/index.php/UFPB/catalog/book/464>

Duby, Georges; Perrot, Michelle (dir.) Historia de las mujeres: La Edad Media. Barcelona: Taurus, 2006, v. 2.

Felipe, Helena de. "Doblemente invisibles: mujeres bereberes en al-Andalus". eHumanista: Journal of Iberian Studies, 2020, 45, pp. 213-227.

Ferrer Valero, Sandra. Mujeres silenciadas en la Edad Media. Madrid: Punto de Vista Editores, 2019.

Isla Frez, Amancio. “Reinas de los godos”. Hispania, 64(217), 2004, pp. 409–433.

Real Academia de la Historia. Diccionario Biográfico Español, [en línea]. Disponible en: <https://dbe.rah.es>

Sánchez Prieto, Ana Belén. "Dónde aprender a leer y escribir en el año mil". Anuario de Estudios Medievales2010, 40(1), pp. 3-34.

Sánchez Prieto, Ana Belén. "La educación de la mujer antes del año 1000. ¿Es Dhuoda un caso único?", Educación XX1, Revistas UNED, Madrid: Facultad de Educación, 2010, 13(2), pp. 69-94.

Soto Chica, José. “Un reino por dentro: ejército, legislación, administración, economía, sociedad y cultura”. Los visigodos: hijos de un dios furioso. Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2021, pp. 438-450.
 
Ubieto Arteta, Antonio. “El matrimonio de la reina Leodegundia”. Medievalista (10), 1992, pp. 451-454.

Wade Labarge, Margaret. La mujer en la Edad Media. San Sebastián: Nerea, 2003.

15 diciembre 2023

CONSTRUYENDO UN MITO: EL REY ARTURO (2ª PARTE)

Arturo en el trono
Juego Clash of Armies: Medieval, s. XXI
Imagen: Luis Llopis
Bajo licencia: CC BY-SA 4.0


Coronación de Arturo
Miniatura. Crónica Flores Historiarum, s. XIII
Dominio público: Wikimedia Commons


 
LA  TRANSFORMACIÓN DEL MITO

Hacia 1136 un monje galés llamado Geoffrey de Monmouth comenzó a escribir una obra en latín denominada Historia Regum Britanniae, que englobaría la historia de Britania desde su fundación por el mítico Bruto de Troya hasta la muerte del rey Cadvalader en el siglo VII y la instalación de los sajones en el poder.
Territorios de los Plantagenet en Francia, s. XII
Imagen: Sémhur (derivada)
Bajo licencia: CC BY-SA 3.0

Para ello, el clérigo se basó en fuentes antiguas de tradición oral y escrita, en las que ya de por sí había fantasía, y añadió bastante imaginación a su relato. No obstante, trataba de crear una crónica histórica amparándose en la noción de translatio, que implicaba la continuidad del poder sobre un linaje cuya legitimidad se remontaba a un pasado muy lejano. El resultado fueron doce libros de los cuales tres (octavo, noveno y décimo) tratan sobre Arturo y cuya historia se concretiza en cinco episodios: la conquista de Gran Bretaña, la conquista de las islas colindantes y de la Galia, las fiestas de la coronación, la guerra contra los romanos y la traición de Mordred.  
Su texto revelaba un pasado glorioso del pueblo bretón, presentaba a Arturo como el vencedor contra los sajones y lo elevaba al mismo nivel que el emperador de Roma, por lo que la dinastía normanda, establecida en Inglaterra desde su conquista en 1066, vio adecuada esta epopeya nacional para su legitimación en el trono y como contraposición a la épica de la corona francesa que tenía a Carlomagno.
Así, Geoffrey de Monmouth dedicó su obra, en primer lugar, a Roberto de Gloucester (hijo bastardo de Enrique I) y luego añadió sendas dedicatorias a Galeran de Beaumont, conde de Meulan, y al rey Esteban I que reinó entre 1135 y 1154.
Desde la instauración de los normandos en el trono inglés la situación política era compleja porque eran también duques de Normandía y, como tales, debían vasallaje a los reyes de Francia. De manera que los soberanos de Inglaterra se atribuyeron la sucesión del legendario monarca para legitimar su poder a ambos lados del Canal de la Mancha, equipararse a los Capetos y desvincularse del vasallaje a la corona francesa.
En su relato, el autor retrata a Arturo en su papel de rey guerrero y describe su armamento: el yelmo, el escudo Pridwen, la lanza Ron y la espada Caliburnus (Excalibur, forjada en la isla de Avalon). También ubica a los personajes de la tradición literaria como Uther Pendragon, Ginebra, Mordred, Bediver, Galván y Merlín, que en esta gran obra aparece en el libro séptimo, durante el reinado de Vortigern, y que será profeta (vates), mago y consejero del rey.
Arturo y Mordred en la batalla final
 Ilustración de Newell Convers Wyeth
The Boy's King Arthur, 1922
Dominio público: Wikimedia Commons
Arturo aparece como un caudillo de grandeza imperial que se enfrenta al poder romano, conquista territorios y lidera los ejércitos britanos que derrotan a los sajones. Pero es también el soberano a la cabeza de una corte espléndida donde se celebran magníficos banquetes y torneos a los que acuden caballeros de otras regiones. En realidad, Monmouth está marcando un hito en el relato, ya que es con la descripción de las fiestas de la coronación cuando actualiza la imagen del mundo artúrico del pasado, de manera que podemos considerar a este autor como el creador de una primera imagen cortés sobre Arturo. Tanto en la descripción de la celebración del banquete como en la de los juegos (ludi), referido aquí a torneos, se destaca el valor civilizatorio, festivo, de ostentación, generosidad y abundancia de la corte, además de una serie de tendencias conductuales en las que se incluía la relación entre mulieres y militia, algo que se ha interpretado como una primera formulación de la relación amor-caballería. En definitiva, en la obra de Monmouth observamos, a través del reflejo de varias pautas sociales, que ya imperaba la necesidad de adaptar la materia al mundo cortesano del siglo XII.
Por último, el monje relata la traición de Mordred, ya que ante la ausencia de Arturo que se preparaba para marchar sobre Roma, había usurpado el trono y tomado como esposa a Ginebra. Arturo y Mordred lucharían en la contienda final donde Arturo mataba a su sobrino (en otras versiones, su hijo) y él resultaba mortalmente herido y transportado a la isla de Avalon para ser curado de las heridas. El autor creaba así un final incierto para el rey cuyo posible regreso representaría “la esperanza bretona”.
La narración de Monmouth tuvo un éxito inmediato y autores posteriores trabajaron sobre su obra creando un nuevo género literario: los romans. 

ARTURO EN LA NOVELA CORTÉS

Enrique II Plantagenet
Dominio público:

Leonor de Aquitania
Elizabeth Villiers 
Our Queen Mothers,
1936
Robert Wace, un clérigo normando, escribió en 1155 el Roman de Brut, bajo el reinado de Enrique II de Inglaterra  y Leonor de Aquitania (1154-1189).
Wace tradujo la obra latina de Monmouth al francés anglonormando, que era la lengua de la corte inglesa, junto con el provenzal, utilizado por los trovadores. Al alejarse del latín y traducirla a la lengua romance, hizo que pudiera ser entendida por la nobleza cortesana. Además introdujo dos importantes elementos: la Tabla Redonda, que reunía como iguales a los mejores caballeros, y el misterioso bosque de Broceliande donde se ocultaba Merlín.
Wace siguió el texto de Geoffrey de Monmouth aunque hizo hincapié en el refinamiento, las aventuras, la magia y el esplendor de la corte, pero además, su estilo dio como resultado un relato ágil y fácil de recordar con el empleo del octosílabo pareado que marcó la tradición literaria posterior. Otorgó un mayor dramatismo a varios personajes y agregó diálogos y términos que conformaban un vocabulario cortesano más adecuado a las cortes señoriales de la época. Por todo ello se ha considerado que su roman impulsó la difusión de la épica artúrica en la literatura europea. Asimismo, trataba de fijar y desarrollar un modelo ético, reforzando, con una marcada intencionalidad política, la imagen de Arturo como soberano ejemplar. El objetivo era que el público identificara a Enrique II Plantagenet con el mítico rey y aunque utilizó la leyenda para prestigio político de su monarquía, consideró que se debía denegar al personaje un futuro regreso de Avalon.

James Archer. Lancelot y Ginebra, ca. 1864
Dominio público: Wikimedia Commons
En la segunda mitad del siglo XII, el poeta francés Chrétien de Troyes retomó la leyenda para la aristocracia francesa y la amplió con nuevas historias, añadiendo nuevos personajes y una atmósfera irreal en la que actuaban. Este autor hizo que la materia de Bretaña desplazara definitivamente a la materia de Francia y la de Roma, y que sobresaliera la temática artúrica con la creación de los episodios y los elementos más conocidos. Con Chrétien surgió Lancelot y su relación con Ginebra, el nombre de Camelot para el enclave de la corte y una concepción primigenia del Grial que cambiará más adelante. De momento, era un plato de oro adornado con pedrería que contenía la sagrada hostia para el Rey Pescador.
Chrétien de Troyes acentuó el modelo de monarca cortesano, generoso y justiciero. El soberano ya no es un guerrero ni un conquistador imperial de territorios, sino un rey inactivo que espera en su castillo a que los caballeros regresen de sus andanzas, porque él ya no protagoniza las hazañas, sino sus hombres que salen a combatir el mal y restaurar la paz alterada por elementos maléficos. En cambio, Arturo preside la Tabla Redonda, símbolo de civilización y del trato generoso que sabe dispensar a los paladines, vela por la justicia y el orden, y queda como el mantenedor de viejas leyes y costumbres (usages).

Aparición del Santo Grial en la Mesa Redonda
Dominio público: Wikimedia Commons
Siguiendo la estela de Chrétien, el caballero borgoñón Robert de Boron comenzó a escribir en 1190 su Roman de l’Estoire dou Graal donde imprimió el sentido cristiano definitivo al Grial de Chrétien, pasando a ser el cáliz de la Última Cena. Esta composición formaba parte de una serie de obras denominadas en conjunto: Li livres dou Graal, que tenía como tema central la búsqueda del sacro objeto. En su obra reincorporó a Merlín (que Chrétien había dejado a un lado) y sobre todo, trazó el esquema de lo que sería el gran ciclo novelesco en prosa conocido como La Vulgata o Lanzarote-Grial escrito entre 1215 y 1230.



CONCLUSIÓN

Como hemos visto, el rey Arturo cortesano es el resultado de una larga elaboración literaria y su retrato fue cambiando en función del contexto social de cada época. Su figura la hallamos representada en modelos de organización social muy distintos, de manera que el Arturo de la literatura galesa es muy diferente al de los romans franceses. Los manuscritos galeses, irlandeses y latinos más antiguos reflejan una sociedad organizada en reinos confederados que carecían de un gobierno central. Se trataba de una sociedad de carácter tribal, gobernada por una aristocracia militar cuyas actividades económicas se basaban en la explotación de la tierra y la guerra, de donde obtenían botín y fama. Por ende, entre las principales preocupaciones de esta élite se encontraba el vínculo establecido con los hombres que formaban su tropa guerrera o teulu (300 hombres armados), además del honor, el estatus y el prestigio del linaje. En el plano literario, observamos a Arturo como un líder guerrero que unió a las tribus britanas para luchar contra los sajones y que pasó a la documentación latina como dux bellorum hasta que, a partir del siglo XII, evoluciona hacia un modelo distinto en consonancia con el hecho de que el poder político que antes se concentraba en la élite guerrera se fue trasladando hacia monarquías cada vez más monopolizadoras.
Arturo pasó entonces a simbolizar un modelo político alternativo a la monarquía centralizadora de los Capetos, y los grandes señores feudales, viéndose en el reflejo de lo que representaba la Tabla Redonda, patrocinaron la novela artúrica. Los soberanos de la dinastía Plantagenet ejercieron especialmente el mecenazgo de los novelistas franceses y Enrique II tuvo claro que el mito artúrico le otorgaría la propaganda que necesitaba para sus aspiraciones políticas. 
Tanto la historia de Geoffrey de Monmouth como la de Robert Wace fueron tomadas por verídicas. El público creía que los hechos, expuestos en un tiempo y un espacio definido, habían ocurrido de verdad, hasta que Chrétien de Troyes rompió con la narrativa pseudo-histórica y situó a Arturo en el seno de un universo fantástico en el que los caballeros emprendían aventuras, triunfaban sobre el mal y buscaban el camino hacia la perfección. Las obras de Chrétien, además de entretener, convirtieron a Arturo en el modelo ideal de los grandes señores feudales y de la caballería como ordo social.
Después de Chrétien, otros escritores franceses crearon romances en verso y en prosa, aunque la fama del mito ya se había extendido por el occidente y norte europeo. Las traducciones se sucedieron en numerosas lenguas vernáculas y la leyenda quedó recogida en reelaboraciones y compilaciones que continuaron reeditándose hasta llegar a nuestros días. Pero ¿por qué el ciclo artúrico tuvo tanto éxito y por qué sigue atrayendo? 
La novela artúrica presentaba las más nobles virtudes caballerescas y una ficción que contrastaba con la realidad política y social. Por otra parte, la caballería andante vio en esta literatura un código ético que le era común como clase social y los ideales caballerescos a los que se acogía perduraron durante siglos: la asistencia y protección a los indefensos, el honor, la lealtad, la generosidad, la cortesía, la piedad, el valor de la palabra dada... 
Finalmente, el rey Arturo se convirtió en el eje central salvaguarda de un sistema perfecto: todo orbita a su alrededor y con la ayuda de Merlín mantiene el orden establecido como garante de la armonía y el equilibrio del mundo. ¿No es eso lo que buscamos? ¿No refleja algo que nos falta? Quizás el éxito que sigue teniendo la temática artúrica en la actualidad radica en que contemplamos en ella una serie de valores que nos gustaría que siguieran existiendo y que nos llevaran a obtener el equilibrio del mundo.

Bedivere con Arturo herido
Ilustración de Norman Little
The Gateway to Tennyson, 1910
Bedivere lanza Excalibur al lago
Ilustración de Walter Crane
Stories of the Knights of the Round Table, 1911


BIBLIOGRAFÍA

Cirlot, Victoria. La novela artúrica: orígenes de la ficción en la cultura europea. Barcelona: Montesinos, 1995.

Cordo Russo, Luciana. “Culhwch ac Olwen como texto de transición de la materia artúrica”. Medievalista [en línea] 2017, núm. 22. Disponible en: https://doi.org/10.4000/medievalista.1332

García Gual, Carlos. Historia del rey Arturo y de los nobles y errantes caballeros de la Tabla Redonda. Madrid: Alianza Editorial, 2018.

Hibbert, Christopher. Breve historia del rey Arturo. Madrid: Nowtilus, 2009.

Ibáñez Palomo, Tomás. “El mundo artúrico y el ciclo del Grial”. Revista Digital de Iconografía Medieval. Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 2016, vol. VIII, núm. 16, pp. 31-66.

Ladd, Marcus. “Recovering the historical Arthur". Comparative Humanities Review [en línea] 2017, vol. 1, núm. 1, pp. 13-32. Disponible en: http://digitalcommons.bucknell.edu/chr/vol1/iss1/3

Sainero Sánchez, Ramón. Arturo: Dux Bellorum: Los orígenes de la leyenda. Madrid: Sanz y Torres, 2018.

Sainero Sánchez, Ramón. Diccionario Akal de mitología celta. Madrid: Akal, 1999.

Torres Asensio, Gloria. Los orígenes de la literatura artúrica. Barcelona: Universitat de Barcelona, 2003.


09 septiembre 2023

LA TIERRA ES PLANA, LA TIERRA ES REDONDA (2ª PARTE)


Dios creando el universo
Ilustración de una biblia moralizada, s. XIII
Codex Vindobonenesis, 2554
Dominio público: Wikimedia Commons 


IMAGO MUNDI

A partir del siglo XI, el desarrollo de las universidades en diversas ciudades europeas significó el intercambio de conocimientos entre profesores de las distintas instituciones, la investigación y la difusión de las ciencias clásicas. 
Iluminación de Laurentius de Voltolina 
Liber ethicorum des Henricus de Alemannia, s. XIV
Dominio público: Wikimedia Commons
De esta manera, los argumentos acerca de la esfericidad de la Tierra pasaron a miles de estudiantes y la amplia inclusión de obras sobre filosofía natural hizo que entre los años 1200 y 1500 se tuviera acceso, como nunca antes se había tenido en la cristiandad, a materiales científicos. Bolonia, Oxford, París y Salamanca se convirtieron en las principales receptoras de cultura europeas, y fruto del intercambio y del debate se inició un importante cambio epistemológico. El interés de los pensadores cristianos medievales por el mundo natural dio como resultado importantes contribuciones en los campos de la física, lógica, óptica, mecánica, geografía, geometría, álgebra y cosmografía. Si bien la teología se consideraba fundamental, no otorgaba certezas, por lo que se produjo una renovación del pensamiento y la práctica epistemológica, sometiendo el
corpus aristotelicum a la crítica y a nuevos métodos de estudio. Ahora se buscaba la verificación matemática de los fenómenos de la naturaleza.

En este contexto destacó el franciscano inglés Robert Grosseteste (ca. 1175-1253) que, además de traducir y comentar obras de Aristóteles, aplicó las matemáticas a las ciencias físicas y produjo importantes trabajos de teología, física, astronomía y óptica.

Escultura de Roger Bacon
Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford
Imagen bajo licencia: CC BY-SA 3.0
Su discípulo, Roger Bacon (1214-1292), siguiendo su estela, subrayó la importancia del método experimental y escribió una gran obra titulada Opus Maius que entregó al Papa Clemente IV. Además de sostener la teoría de la esfericidad de la Tierra y que el recorrido que hacía el Sol por la línea de la eclíptica ocasionaba los diferentes climas del planeta, afirmó que el hemisferio sur del planeta estaba habitado, al igual que hizo Alberto Magno (ca. 1200-1280) en su De natura locorum.

También Tomás de Aquino (1225-1274) en su Summa Theologica declaraba la esfericidad terrestre, pero además, para Santo Tomás, un mismo elemento de estudio podía ser abordado desde diferentes ámbitos, por lo que la redondez de la Tierra podía ser demostrada tanto desde resultados matemáticos como físicos. Al fin y al cabo las diferentes ciencias requerían diferentes métodos de actuación y todas eran válidas para la demostración de la verdad sobre una misma cuestión.

En las universidades se estudiaban, sobre todo, las obras de Aristóteles y Ptolomeo, que servían a otros eruditos para escribir tratados astronómicos, entre los que destacó por su enorme influencia el del monje británico Johannes de Sacrobosco (1195-1256), profesor en la Universidad de París. Su obra, De Sphaera Mundi, escrita en la primera mitad del siglo XIII, se convirtió en un libro de texto básico para la enseñanza de astronomía. Sacrobosco conjugó las ideas esenciales de la cosmología aristotélica y de la astronomía matemática ptolemaica, elaborando un manual introductorio a la ciencia astronómica como parte del Quadrivium. Se consideró de lectura obligatoria e indispensable para alcanzar el título de bachiller en muchas universidades europeas. Se sucedieron las traducciones, la imprenta aumentó su difusión y se siguió utilizando como manual hasta finales del siglo XVII.

También en la Universidad de París destacó Jean Buridan (ca. 1293-1358), que revolucionó la física medieval y posibilitó futuros descubrimientos con su teoría del ímpetus. Buridan explicó el movimiento de las esferas celestes al margen de la teoría aristotélica y en cuanto a la esfera terrestre, sostuvo que una parte de ésta estaba cubierta por agua y, por tanto, era densa y pesada, mientras que la parte que sobresalía del agua, alterada por el aire y el calor del sol, era más ligera.

Nicolás Oresme en su escritorio al lado de una esfera armilar
Traité de la sphère; Aristote, De caelo et de mundo
Ilustración, ca. 1410
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Uno de sus discípulos, Nicolás Oresme (ca. 1323-1382), planteó en su Livre du ciel et du monde que la Tierra giraba sobre sí misma y no el cielo (haciendo de ello el aparente movimiento de los astros). Al parecer, su investigación sobre las esferas celestes sobrevino de sus estudios sobre el movimiento y la velocidad de los objetos, e introdujo la representación gráfica del movimiento uniformemente acelerado. Por el uso del método geométrico para dicha representación ha sido considerado por algunos estudiosos como precursor de Descartes y de la geometría analítica. Asimismo, ha sido reconocido como uno de los grandes personajes de la ciencia debido a sus contribuciones al estudio del movimiento de la Tierra y de los fenómenos celestes, equiparándolo a Nicolás Copérnico.

Pero no sólo los polímatas eclesiásticos escribieron acerca del tema. La idea de la redondez de la Tierra estaba presente en libros como la Divina Comedia de Dante (1265-1321), donde describe en varias ocasiones el mundo como una esfera, o el Libro de las maravillas del mundo o Viajes a Tierra Santa y al Paraíso Terrenal (ca.1370), que fue uno de los libros más leídos en Europa entre los siglos XIV y XVI.

En definitiva, el planeta era un globo y así se plasmó también en la representación del poder temporal y del poder divino: el orbe era el símbolo por excelencia de la soberanía de la realeza y de Cristo.

Otón II con orbe y cetro
Miniatura en el Registrum Gregorii, s. X
Dominio público: Wikimedia Commons
Cristo con orbe
Antonello da Messina, 1477
Panel del políptico en:
Santuario dell’Annunziata, Ficarra, Sicilia (Italia)
Dominio públicoWikimedia Commons












En el siglo XV continuaron los trabajos que describían el mundo esférico y se añadían aquellos que mostraban los conocimientos geográficos de la época: la Tabla Oceánica de Toscanelli (1474), Historia rerum ubique gestarum (publicada en 1477) del Papa Pío II, o Imago Mundi (impresa por primera vez en 1483) del eclesiástico Pierre d’Ailly. Estas obras se harían muy populares y llegarían a varios exploradores y navegantes, entre ellos, a Cristóbal Colón.

EL MITO

Ya hemos visto que en el Medievo sabían perfectamente que la Tierra era un globo. Entonces, ¿cómo ha llegado hasta nuestros días que en aquella época pensaban que era plana?

El origen de esta falacia se halla en el siglo XIX, cuando los intelectuales se creían en una superioridad histórico-cultural en el contexto de las corrientes positivistas y evolucionistas inscritas en una sociedad industrializada. En ese clima filosófico y social surgieron las publicaciones apologéticas del progreso para exponer que una civilización moderna debía basarse en la racionalidad y la ciencia, y que sólo las propuestas científicas hacían posible el avance de una sociedad, algo que contrastaba claramente con la época del Medievo. En este marco mental surgió la teoría del conflicto histórico entre ciencia y religión, atribuyendo a la Iglesia católica la promulgación de la noción de la planitud de la Tierra. En definitiva, se popularizó la idea de que la Iglesia había obstaculizado siempre el desarrollo científico y que fue a partir del Renacimiento y la “revolución científica” cuando se pudo pasar del oscurantismo medieval a una cultura moderna. Otros historiadores destacaron que el paso a la modernidad se dio gracias a las gestas de los navegantes que demostraron la redondez de la Tierra y la literatura contribuyó a la expansión del mito. 

Washington Irving
Fotografía de Mathew B. Brady, 1861
Dominio público: Wikimedia Commons
En 1828 se publicó la biografía novelada de Colón que el escritor Washington Irving (1783-1859) tituló Life and Voyages of Christopher Colombus. En ella retrata una sociedad en la que predomina el celo religioso frente a la ciencia, como muestra con la escena en la que el proyecto de Colón es rebatido por algunos de los prelados del Consejo de Salamanca con citas de San Agustín, Lactancio y pasajes de la Biblia. 

Según el historiador Jeffrey Burton Russell, el éxito de esta obra hizo que se difundiera el mito de la creencia medieval en la Tierra plana, cuyo origen se ha situado, además, en el marco de la hostilidad de los protestantes hacia los católicos y las ideas modernistas que emigrantes católicos europeos, ya durante el siglo XIX, llevarían a América, frente a las doctrinas protestantes fundamentalistas. 

Sin duda, en el siglo XIX el anticlericalismo se instaló fuertemente al ver a la Iglesia y la religión como los grandes enemigos del progreso, y eruditos que gozaban de gran prestigio como William Whewell (1794-1866), John William Draper (1811-1882) o Andrew Dickson White (1832-1918), entre muchos otros, expandieron definitivamente el mito.

Whewell, reverendo anglicano, fue filósofo, científico e historiador de la ciencia que utilizó los argumentos de Lactancio y Cosmas Indicopleustes como ejemplos de lo que habría sido la postura oficial en el Medievo. En su obra History of the Inductive Sciences (1837) mostraba con ellos la oposición de la Iglesia al progreso científico.

John William Draper
Fotografía de Edward Bierstadt, ca. 1879
Dominio público: Wikimedia Commons
Por supuesto, Draper, historiador y científico estadounidense, culpó a la Iglesia de la existencia de un conflicto histórico entre ciencia y religión, exponiendo que ceñirse a las Sagradas Escrituras había impedido el avance intelectual y científico. Su obra The History of the Conflict between Religion and Science, publicada en 1874, fue ampliamente difundida, pero en realidad, la obra de Draper es un verdadero discurso anticlerical y anticatólico.

También el estadounidense White presentó a Lactancio y a Cosmas en su A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom (1896) como los representantes del terraplanismo en la Edad Media.

Lo cierto es que a finales del siglo XIX, la idea de una errónea cosmovisión medieval se había propagado y se siguió transmitiendo como si fuera una verdad histórica.

CONCLUSIONES

1- El legado clásico pasó a la Edad Media y la noción de la esfericidad terrestre se siguió transmitiendo. No hubo un vacío intelectual entre la Antigüedad clásica y el Renacimiento. El pensamiento cristiano heredó y mantuvo la idea de la redondez de la Tierra y en los principales centros culturales del mundo islámico se traducían al árabe los antiguos textos griegos. Mientras tanto, en el mundo cristiano, las concepciones erróneas de algunos religiosos fueron casos aislados y más próximos a la interpretación literal de las Sagradas Escrituras, pero la Iglesia no enseñaba que la Tierra fuese plana. 

2- Los marineros no tenían miedo de caer por ningún abismo. Sabían que la superficie de la Tierra era curva porque desde los barcos veían surgir las montañas cuando se acercaban a ellas y porque lo primero que veían de otros navíos que se aproximaban era el extremo más alto del mástil. Como atestigua el diario de Colón, lo que temían los marinos era que, puesto que el viaje estaba siendo más largo de lo que les había dicho, no pudieran hacer el viaje de vuelta si el viento seguía soplando hacia el Oeste.

3- La Iglesia no entorpeció el avance cultural y científico. Al contrario. Fomentó la cultura y la investigación. Su interés en la filosofía natural (ciencias naturales) provenía de su interés por entender la obra de Dios. La filosofía natural se convirtió en un importante complemento al servicio de la teología para entender la creación divina y esto espoleó los estudios científicos. Muchos historiadores de la ciencia actuales consideran que los franciscanos a la cabeza de las escuelas de Oxford, París y Bolonia fueron los precursores de la ciencia experimental moderna y que el desarrollo de la “revolución científica” se basó en las contribuciones de los eruditos altomedievales.

Los decimonónicos elevaron a Lactancio y a Cosmas como representantes de la cosmovisión medieval, generalizando unas ideas que, en realidad, no habían tenido repercusión. Recordemos, además, que Cosmas Indicopleustes escribió en griego su Topografía Cristiana y que no fue hasta 1706 cuando este texto se tradujo al latín, por lo que su visión de la Tierra como tabernáculo no pudo influir en la Edad Media.

La versión de una discusión entre Colón y los sabios de Salamanca se divulgó ampliamente. Sin embargo, los informes escritos por Hernando Colón (hijo de Colón) y Bartolomé de las Casas muestran que los hombres que se reunieron con el navegante no sólo sabían sobre la forma de la Tierra, sino que le avisaron de que su circunferencia era mayor de lo que él creía y de que el viaje le llevaría más tiempo de lo que pensaba. Ciertamente, Colón, basándose en datos de Ptolomeo, Toscanelli y Pierre d’Ailly, se equivocó con respecto a la extensión oceánica y la circunferencia terrestre, pero no tuvo que defender su esfericidad.

4- La gesta de Colón no demostró que la Tierra era redonda, sino que había tierras en esa parte del mundo y que estaban habitadas


El globo terráqueo de Martin Behaim
Friedrich Wanderer
Die Stadt Nürnberg als Bewahrerin der Reichskleinodien (detalle)
1895-1901 
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Globo de Martin Behaim, 1492 (antes del descubrimiento de América)
Germanisches Nationalmuseum (Nuremberg)
Imagen bajo licencia CC BY-SA 4.0
Fuente: Wikimedia Commons



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