09 julio 2023

LA TIERRA ES PLANA, LA TIERRA ES REDONDA (1ª PARTE)

PREMISAS

  1. Los medievales creían que la Tierra era plana, ya que no se recuperó el saber grecorromano hasta el Renacimiento.
  2. Los marineros tenían miedo de precipitarse al vacío si llegaban a los límites de la Tierra.
  3. La Iglesia entorpecía el avance cultural y científico. Colón tuvo que defender ante los eclesiásticos de la Junta de Salamanca (encargada de valorar su proyecto) la esfericidad del mundo. 
  4. Con los viajes de Colón se demostró que la Tierra era redonda.

Emanuel Leutze. Cristóbal Colón ante el Consejo de Salamanca. 
Dominio público: Wikimedia Commons

¿Alguna vez has oído una de estas afirmaciones? Como verás, todas están relacionadas con la idea de que en la Edad Media creían que la Tierra era plana, pero ninguna refleja la realidad de la época, ninguna es verdad. Sin embargo, esa idea sobre la sociedad medieval todavía persiste en el imaginario popular por la difusión que se ha hecho durante años a través de libros de texto, novela histórica, cine y televisión. Afortunadamente, hay muchos estudios que han desmentido la existencia de una visión terraplanista en aquella época. 

La cuestión es: ¿cuándo y cómo se gestó este mito?, ¿quiénes hicieron creer que en aquella época ignoraban la esfericidad de la Tierra? Para llegar hasta aquí, primero debemos saber cuál era el panorama cultural y comprobar que el Medievo heredó unos antiguos conocimientos. 

ANTECEDENTES: COSMOVISIONES EN LA ANTIGÜEDAD

Sabemos que a partir de la observación del mundo físico y de los fenómenos naturales los filósofos griegos dedujeron la forma de la Tierra. A ello se le sumaba el trabajo doxográfico que los sabios acostumbraban a hacer, así como más tarde harían los eruditos medievales en la tarea de recopilar los estudios de pensadores anteriores y comentarlos en una nueva obra.

El universo según Aristóteles
Imagen: Nicolas Eynaud. Trabajo propio
Bajo licencia: CC BY-SA 4.0

Los antiguos griegos concebían un universo esférico donde la Tierra ocupaba el centro de manera inmóvil. Los principios cosmológicos más aceptados eran el geocentrismo, el geoestatismo, la uniformidad de los movimientos celestes que orbitaban en círculo, la perfección de la figura geométrica de la esfera y la importancia de los cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua, que eran la esencia y el origen de todas las cosas. También se gestó la teoría de las antípodas para referirse a las posibles tierras habitadas en el Sur del planeta y diametralmente opuestas a la ecúmene o tierras habitadas que conocían: Europa, Asia y África.

Fue en el siglo VI a.C. cuando los filósofos de Mileto comenzaron a tratar de explicar la realidad y la estructura del universo desde una visión naturalista (basada en la physis), configurando teorías matemáticas, físicas y astronómicas en la consideración de un cosmos limitado por una esfera donde se hallaban fijas las estrellas.

La búsqueda de explicaciones naturalistas llevó al filósofo Tales a creer que el origen de la vida radicaba en el agua y que, por tanto, en medio de un inmenso océano flotaba una isla plana y redonda, la Tierra. En cambio, para Anaximandro (610-546 a.C.), la Tierra, que era un cuerpo cilíndrico, flotaba en el espacio sin apoyarse en nada. Pensó que si veía salir y ponerse el Sol cada día, éste debía dar la vuelta bajo el mismo cielo que veía por encima. Es decir, bajo la Tierra había cielo y éste era el espacio en el que flotaba. 

A partir de esa nueva noción cosmológica (la Tierra flotaba en medio del espacio), la idea de esfericidad comenzaría su camino. La primera referencia a este asunto la encontramos en el Fedon de Platón, ya que en un diálogo con Simmias, Sócrates le cuenta lo que se imagina y lo que sabe acerca de la Tierra, por lo que le han contado. Observamos así que la descripción de la forma de la Tierra y del universo aparece como algo ya divulgado, como un eco cuyo origen atribuyeron varios autores de la Antigüedad a la escuela pitagórica.

Por su parte, Platón (ca. 428-347 a.C.) creía que « el Demiurgo dio al mundo la forma de esfera y puso por todas partes los extremos a igual distancia del centro, prefiriendo así la más perfecta de las figuras».

Su obra Timeo ejerció una gran influencia posterior en el mundo occidental gracias a su traducción al latín por Calcidio (ca. 320 d.C.). Pero había algo que inquietaba a Platón. Se preguntó por qué, si el cosmos era orden, armonía y perfección, la trayectoria de algunos cuerpos celestes no era uniforme. ¿Cómo se podían explicar los irregulares movimientos de los planetas? A este respecto, Eudoxo de Cnido (ca. 400-355 a.C.) creó la teoría de las esferas homocéntricas, tratando de esclarecer así el movimiento planetario.

Sin embargo, será Aristóteles (384-322 a.C.) quien en su De caelo teorice extensamente, en cuatro libros, sobre la estructura y el funcionamiento del universo, aduciendo leyes físicas sobre el movimiento de los cuerpos celestes. En el libro II de su obra, la redondez de la Tierra quedaba demostrada por argumentos empíricos tales como la observación de la sombra que ésta proyectaba sobre la luna durante los eclipses lunares o la visibilidad y no visibilidad de ciertas estrellas desde diferentes latitudes.

Tampoco podemos dejar de citar a Aristarco de Samos (310-230 a.C.), Apolonio de Perge (262-190 a.C), Hiparco de Nicea (190-120 a.C.) o Eratóstenes de Cirene (ca. 276-197 a.C.), quien calculó la circunferencia de la Tierra y la inclinación de su eje con bastante exactitud.

Más tarde, Claudio Ptolomeo (ca. 100-170 d.C.) equivocaría los cálculos y reduciría la medida del meridiano con respecto a la de Eratóstenes. No obstante, su obra Almagesto, escrita en griego, representaría la compilación más importante de la astronomía matemática donde postulaba que la Tierra era redonda, consagraba el modelo geocéntrico y geoestático terrestre, y concretaba el concepto de retrogradación de los planetas en la teoría de los epiciclos.

DURANTE LA TARDOANTIGÜEDAD

Emperador romano con orbe en la mano derecha
Detalle de un "mapa de carreteras" del Imperio.
Tabula Peutingeriana, siglo IV

ImagenBibliotheca Augustana

La redondez de la Tierra era aceptada y la cultura romana la admitió sin problemas. El concepto se transmitiría a través de obras enciclopédicas como la de Plinio el Viejo (ca. 23-79), quien en su Naturalis Historia alude a la Tierra como "orbis terrarum",  y de las artes liberales en la enseñanza.

Si bien en la época de transición a la Edad Media surgieron algunas voces disonantes, las críticas radicaron, básicamente, sobre teorías como la existencia de tierras en el hemisferio Sur donde habitarían los antípodas.
Debemos destacar en este punto a Lactancio (ca. 245-315), quien en su obra De divinis institutionibus escribió: « ¿Son razonables esos que sostienen que hay antípodas? ¿Hay alguien tan necio que crea que hay antípodas con los pies opuestos a los nuestros; gente que anda con los talones hacia arriba y la cabeza hacia abajo; que hay una parte del mundo en que todas las cosas están al revés, donde los árboles crecen con las ramas hacia abajo y donde llueve, graniza y nieva hacia arriba? [...]».

Gautier de Metz. L'Image du monde. Copia s. XIV
Dominio público: Wikimedia Commons

Con perplejidad se mostró también
San Agustín de Hipona (354-430) en su De Civitate Dei al parecerle inverosímil que algunos hombres hubieran podido navegar los océanos y llegado hasta la parte diametralmente opuesta del planeta. San Agustín puso en duda la existencia de los antípodas, pero nunca la esfericidad. Además se refería a la Tierra como “globosa moles” en su De Genesi ad litteram, mientras que San Ambrosio de Milán (340-397) se refirió al mundo como “globo inmóvil” en su Hexaemeron.

La concepción de la forma terráquea pasó a la cultura escolar romana y numerosos eruditos romanos propagaron dicha imagen, como Macrobio (ca. 390-430) al referirse a la Tierra como esfera y representarla en mapas esquemáticos en su Commentarii in Ciceronis Somnium Scipionis, o Marciano Capella (ca. 360-428) y su De nuptiis Fihilologiae et Mercurii, texto que sería pródigamente copiado durante el renacimiento carolingio.

COSMOVISIONES MEDIEVALES

Hacia el año 547, un mercader llamado Cosmas Indicopleustes escribió en griego una obra que en latín se tituló Topographia Christiana, donde planteaba un mundo plano y rectangular cubierto por una bóveda de cañón.

Para explicar la sucesión de los días y las noches en una Tierra plana, expuso que en el extremo norte del mundo existía una enorme montaña y que durante la noche el sol ascendía y pasaba por detrás de ella y se ocultaban alternativamente, día tras día, el sol y la luna. 

El mundo en forma de tabernáculo según Cosmas Indicopleustes
Dominio público: Wikimedia Commons

Sin embargo, debemos entender su escrito en el contexto social de la época y de la función religiosa que pretendía desempeñar, pues no en vano estaba dedicado a aquellos cristianos que creían en la afirmación pagana de la esfericidad. No obstante, sus planteamientos no afectaron a la cosmovisión dominanteAl igual que ocurrió con las ideas de Lactancio, no reflejaban el pensamiento medieval generalizado ni tuvieron repercusión. En realidad, Cosmas permaneció ignorado y sin traducir al latín hasta 1706, y en griego no fue apenas copiado.

Por la misma época, el erudito alejandrino Juan Filópono (490-570) defendía la esfericidad del planeta y criticaba en su De opificio mundi el modelo de Cosmas, aunque todavía se darían trabajos de una enorme influencia posterior.

Mapamundi tripartito de "T en O"
Isidoro de Sevilla. Etimologías, s. VII
Dominio público: Wikimedia Commons
En la Hispania visigoda, Isidoro de Sevilla (570-636) fue el artífice de la gran enciclopedia medieval con sus Etymologiae donde incluía el dibujo de un mapamundi de «T en O» en el que se visualizan las tres partes conocidas del mundo. Tanto en esta obra como en su De Natura Rerum ratificaba la teoría de la esfericidad de la Tierra.

Su homólogo en Britania, Beda el Venerable (ca. 675-735), desarrolló igualmente un extenso trabajo de capital importancia. Es conocido por elaborar cronologías y cómputos calendáricos (terrestres, astronómicos y litúrgicos) en sus obras De temporibus liber y De temporum ratione. En ellas incluyó un nuevo cálculo de la edad de la Tierra y propuso la división de la era cristiana en “antes y después de Cristo”. Pero además, en su De natura rerum, afirmaba que «la circunferencia de la tierra representa la figura de un globo perfecto», y dejaba claro el significado de la esfericidad: «la Tierra es un orbe situado en el centro del universo […], no circular como un escudo, sino esférica como una bola que se extiende desde su centro con redondez perfecta por todos lados».

Macrobio. Comentario al Sueño de Escipión. Copia s. XII
Zonas climáticas: zonas frígidas (los polos), 
templadas en azul y la zona tórrida en rojo.
Dominio público: Wikimedia Commons
Por tanto, si bien pudiera parecer que algunos autores se referían a una redondez plana, como una rueda o un disco, no cabían dudas cuando la definían como 
globus o sphaera. Con todo, en muchos trabajos asimilaron su forma a una manzana, un huevo o una bola para una total aclaración, aunque también se evidenciaba en el arte, en las esferas armilares y la cartografía. En el caso de los mapamundis, el problema es que no sabían cómo dibujar la tridimensionalidad de la esfera en plano.

La imagen del globo terráqueo siempre estuvo presente y numerosos intelectuales quisieron calcular su perímetro, como Juan Escoto Erígena (ca. 810-877) o el papa Silvestre II (935-1003).

Asimismo, se realizaban estudios sobre los eclipses, las mareas, los seísmos y los fenómenos atmosféricos. Los temas de debate eran los relativos al centro del planeta, la disposición de los cuatro elementos y la existencia de antípodas y su habitabilidad teniendo en cuenta las distintas zonas climáticas de la Tierra y que una de ellas era la zona tórrida del ecuador. ¿Cómo alguien podría haber atravesado la zona de clima abrasador? ¿Cómo podrían ser habitables las antípodas?

En cuanto al mundo islámico, fue durante su Edad de Oro, entre los siglos VIII y XIII, cuando se irradió el saber antiguo en su imperio hasta Occidente, junto a su propia producción filosófica y científica, a través de la circulación de textos traducidos al árabe. La necesidad de conocimientos astronómicos para la práctica de su religión les impulsó a la búsqueda del saber clásico y su cosmología se basó en los principios aristotélicos y ptolemaicos que dominaron la cosmovisión medieval. 
En todo este proceso fue clave la Casa de la Sabiduría, en Bagdad, donde traductores sirios (cristianos grecoparlantes) traducían textos griegos, persas e indios al siríaco y luego al árabe, así como la labor de la Escuela de Traductores de Toledodonde las traducciones y comentarios de las obras de 
Profesor con esfera armilar
Bartolomeus Anglicus. De proprietatibus rerum, 1240
(Le livre des propriétés des choses, 1372)
Fitzwilliam Museum, Cambridge. Ms. 251, fol. 133r
Aristóteles y Ptolomeo se multiplicaban. En este ámbito desarrollaron una importantísima labor lingüistas como Adelardo de Bath (ca. 1080-1150), que tradujo al latín obras de importantes astrónomos y matemáticos persas; Gerardo de Cremona (1114-1187) que tradujo el Almagesto del árabe al latín, entre otros muchos manuscritos, o Miguel Escoto (ca. 1175-1230) que hizo lo propio con obras de los andalusíes Alpetragio (al-Bitruyi) y Averroes (Ibn Rushd).

Los escolásticos impulsaron también la difusión del saber clásico en las universidades. En ellas se transmitían los conocimientos de la filosofía natural, a lo que se sumarán los cambios acaecidos por los franciscanos y su apología del método experimental.



BIBLIOGRAFÍA

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Irving, Washington. The Life and Voyages of Christopher Columbus. Nueva York: G. & G. Carvill, 1828.

Martín Prieto, Pablo. “La tierra plana en la Edad Media: un mito contemporáneo”. Espacio, Tiempo y Forma. Serie III Historia Medieval, 2022, núm. 35, pp. 391-414.

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Numbers Ronald L. Galileo fue a la cárcel y otros mitos acerca de la ciencia y la religión. Barcelona: Ediciones de Intervención Cultural, 2010.

Páez-Kano, José Rubén. La esfera de la tierra plana medieval como invención del siglo XIX. Jalisco: ITESO, 2003.

Patriarca, Giovanni.  “La metodología científica de la Escolástica Tardía. De la Escuela Franciscana a la vía moderna”. Carthaginensia, 2017, núm. 63, pp. 91-108.

Rovelli, Carlo. El nacimiento del pensamiento científico: Anaximandro de Mileto. Barcelona: Herder, 2018.

Sáenz-López Pérez, Sandra. “Desmontando mitos sobre la tierra en la Edad Media”. Cuadernos del CEMYR, 2020, núm. 28, pp. 69-96.

Sanz Hermida, José María. “La cartografía en la época de Colón”. Revista de Estudios: Monográfico: Salamanca y Colón. 2006, núm. 54, pp. 57-84.


17 marzo 2023

DHUODA

  VIDA Y CONTEXTO HISTÓRICO

Duoda fue una culta aristócrata, de cuya vida, y pese a estar relacionada con la dinastía carolingia, sólo sabemos los datos que ella misma aportó en su obra.

Nació a principios del siglo IX en el seno de una familia de la alta nobleza, quizás en el norte del Imperio carolingio (ya que su lengua materna era germánica). El 29 de junio del 824 se casó, en la capilla palatina de Aquisgrán, con Bernardo de Septimania,* que era sobrino segundo de Carlomagno.

Territorios de Bernardo de Septimania (835-844)
Imagen: Ahnode. Bajo licencia: CC BY-SA 3.0

El rey Luis el Piadoso confió a Bernardo el cuidado de la Marca Hispánica, siendo responsable de los condados de Barcelona, Gerona, Ampurias y Rosellón, además de la Septimania, pero se vio inmerso en las rivalidades desatadas entre los descendientes de Carlomagno. En el año 826 fue nombrado por primera vez conde de Barcelona, hasta el 832, y fue asimismo conde de Tolosa (835-844) y de Narbona (828-844).

Así, Duoda era duquesa de Septimania y condesa de Barcelona, Gerona, Ampurias y Rosellón, y acompañó durante algún tiempo a Bernardo en sus viajes de gobierno y expediciones militares hasta que éste, por motivos que desconocemos, la obligó a quedarse en el castillo de Uzès (Provenza). Desde allí Duoda sufragaba los gastos militares de su marido, para lo cual tuvo que pedir algunos préstamos de dinero. Mientras tanto, algunos enemigos de Bernardo expandieron el rumor de que tenía de amante a Judith de Baviera, la segunda esposa de Luis I el Piadoso. La acusación de adulterio le costó el exilio y la destitución de los cargos, pero tras la propuesta de un duelo judicial,** fue nombrado de nuevo conde de Barcelona (en el 835).

En Uzès, Duoda dio a luz a su primogénito Guillermo, el 29 de noviembre del 826. Ya en junio del año 840, después de la muerte del rey Luis el Piadoso, Bernardo fue a visitar a Duoda y volvió a dejarla embarazada. Su segundo hijo nació el 22 de marzo de 841. Poco más tarde, tras la derrota en la batalla de Fontenoy-en-Puisaye, el 25 de junio del 841, en la que Bernardo había participado en el bando de Lotario I y Pipino II de Aquitania contra las fuerzas de Carlos el Calvo y Luis el Germánico, Bernardo envió a su hijo Guillermo, que cumpliría quince años, a la corte de Carlos el Calvo, como muestra de lealtad hacia el monarca. En cuanto a su segundo hijo, y sin todavía haber recibido el bautismo, mandó que lo llevaran a Aquitania para tenerlo bajo su custodia. De esta forma, Duoda se vio separada de sus dos hijos, pero, queriendo continuar el ejercicio de la maternidad y el vínculo con su primogénito, se puso a escribir para él.

EL LIBER MANUALIS

Al poco de serle arrebatado su segundo hijo, Duoda decidió escribir un tratado educativo para su hijo Guillermo con consejos morales y prácticos que le guiasen y ayudasen en su vida, incluyendo referencias que evidencian un buen conocimiento de la Biblia, la patrística y la literatura clásica. Sin duda, esta introspectiva y emotiva obra muestra a la propia Duoda, que plasma reflexiones sobre sí misma, su marido y sus hijos, revelando sus sentimientos, preocupaciones y esperanzas, a la vez que refleja la significación de la maternidad y la utilización política de la misma. Además, nos muestra aspectos del contexto político, ideológico y cultural de la nobleza carolingia, y nos permite conocer las estrategias y relaciones familiares. Especialmente, nos lleva a reflexionar sobre el papel de las mujeres en la nobleza de la época.

Liber ManualisBiblioteca Carré d'Art. Nimes. Ms. 393, fols. 26v-27r

Sabemos que el libro lo empezó el 30 de noviembre de 841 y quedó acabado el 2 de febrero del 843 porque ella misma anotó las fechas en el texto. En cuanto a la lengua que empleó, lo hizo en un latín poco ortodoxo y convencional. Se trata de un estilo muy personal, que no se atiene a las normas y la rigurosidad del latín clásico. Esto se ha visto como la manera que tuvo al esforzarse por decir las cosas buscando expresar la profundidad de sus sentimientos, su realidad, sus valores y sus pensamientos.

Tras una gran cantidad de preámbulos, establece una tabla de contenidos donde enumera y nombra cada capítulo de los 73 que tiene, y después de los varios prolegómenos preparatorios para el texto que su hijo va a leer, por fin, en el primer capítulo empieza la parte discursiva del libro. 

Duoda escribe, en primer lugar, como madre que quiere que sus hijos sean felices; también como madre de hijos varones, con el deseo de que alcancen la gloria militar; y como noble, transmitiendo unas responsabilidades de clase que implican la lealtad al linaje y el esfuerzo por conservar sus privilegios. Pero si algo destaca en el texto desde el principio es la manifestación de su soledad y angustia por la separación:

Sabiendo que la mayoría de madres del mundo disfruta de la compañía de sus hijos y viéndome yo, Duoda, apartada de ti, Guillermo, hijo mío, por ello, angustiada y deseosa de ser útil, te envío este opúsculo escrito para que lo leas y sirva para tu formación a modo de espejo, contenta de que, aunque yo esté físicamente ausente, la presencia de este libro te haga reflexionar, al leerlo, en lo que debes hacer por mí.

(Dronke, 1995, p. 67)

Sobre todo desea transmitir a Guillermo algo que no le puede dar ningún otro libro. El tratado que ella le ofrece es especial porque explica específicamente lo que será mejor para él, con la legitimación que le otorga el hecho de ser su madre y con la intención de que le sea útil en el ámbito temporal y en el espiritual:

Aunque cada vez tengas más libros, ojalá te plaza leer a menudo mi opúsculo y, con la ayuda de Dios omnipotente, seas capaz de sacarle provecho. En él encontrarás resumido todo lo que desees aprender; encontrarás también aquí un espejo en el que podrás examinar sin titubeos el estado de tu alma, de manera que puedas complacer no sólo al mundo, sino también en todo a Quien te modeló a partir del barro, lo cual te es del todo necesario, Guillermo, hijo mío, para que en ambos casos actúes de modo que puedas serle útil al mundo y, a la vez, puedas satisfacer a Dios en todo.

(Dronke, p. 68)

Duoda expone, por tanto, una ética que debe servirle doblemente: para lo mundano y lo divino; para el servicio a Dios y el servicio a los hombres, en su comportamiento y sus acciones. Está convencida de que una conducta noble, cumpliendo con la devoción cristiana, le traerá la felicidad terrenal y la salvación eterna. Por todo ello, debía ser siempre generoso, prudente, justo y caritativo, guiándose por una moral de paz y justicia:

[…] Es mejor un hombre paciente que un hombre fuerte, quien pacientemente domina su alma en todos los aspectos supera al conquistador de ciudades […]

Yo tu consejera Duoda, hijo Guillermo, quiero que, creciendo pacientemente en las santas virtudes entre todos los soldados, seas siempre reacio a hablar y reacio a la ira. 

(Vinyoles, 2005, p. 19)

Es evidente que quería inclinarlo hacia la paz con tal de que tuviera una vida larga y feliz. Le encomendó que rezara para que sus enemigos (y también su padre) optaran por la paz.

Por otra parte, quería mostrar al hijo el orgullo del linaje y la debida fidelidad a su progenitor; por ello, en caso de conflicto entre la lealtad hacia el padre o hacia el rey Carlos, la primera debía tener preferencia.

Con respecto al manejo de las relaciones humanas, le instaba a combinar los valores cristianos con la habilidad que debía tener un noble en el trato con la gente. Así, Guillermo debía practicar la caridad, amar al prójimo, servirlo y honrarlo sea cual fuere su categoría, amoldándose a la gente de condición inferior. En relación a esto, sobresalen unos versos donde presenta a su hijo los ideales que debía observar:

Ayuda a menudo a viudas y a huérfanos, / da de comer generosamente a los desconocidos, / otorga tu hospitalidad; a los desnudos, dales ropas/ con tus manos.

En los pleitos sé juez justo y cabal, / no aceptes presentes de mano alguna, / no oprimas a nadie: por ello el Benefactor/ te recompensará.

Generoso en tus dádivas, siempre alerta y prudente, / esforzándote amablemente por ser acorde con todos, / alegre de corazón: todo ello tu rostro/ reflejará.

(Dronke, p. 76)

Estas palabras recogen algunos de los rasgos que caracterizarán al caballero cortés y al miles christianus de siglos posteriores. Su deber era ayudar y proteger a los indefensos y a los débiles, así como ser generoso en sus dádivas y amable con todos los seres humanos. Como apunta Peter Dronke, es el origen de este noble comportamiento lo que nos conduce al mundo de los valores corteses que se asocian con una época más tardía. (Dronke, p.76).

No obstante, a lo largo del manuscrito, el sufrimiento por no saber si volverá a ver a Guillermo se hace eco:

Aunque me afligen multitud de preocupaciones, la única que destaca entre ellas es la de que algún día, si Dios quiere y es la voluntad del Señor, pueda ver qué aspecto tienes. […] 

(Dronke, p. 78)

Asimismo, expone otras preocupaciones que dejan patente su honradez, como la liquidación de las deudas:

En auxilio de mi dueño y señor, Bernardo, y para que mi servicio en la Marca y en muchos otros lugares no se resintiese, ni se separase él de mí, como suelen hacer otros, reconozco que me he cargado de deudas. Para hacer frente a sus muchas necesidades, he tenido que pedir prestadas grandes sumas no sólo a cristianos sino también a judíos.

He devuelto lo que he podido, y siempre que pueda, seguiré devolviéndolo. Pero si después de morir yo quedase alguna deuda por saldar, te pido y te ruego que tú mismo te enteres, con toda diligencia, de quiénes son mis acreedores. Cuando los hayas encontrado, procura que se les pague todo, no sólo con mis propiedades, si algo ha quedado, sino también con las tuyas, las que poseas o, con la ayuda de Dios, justamente obtengas.

(Dronke, pp. 84-85)

Al final del libro, Duoda incluye una lista de nombres de familiares vivos y muertos por quienes Guillermo debía rezar, y le pide que, al morir ella, graben en su tumba el epitafio en verso que ella misma ha compuesto.

DESENLACE

Es conmovedor ver cómo Duoda, preocupada por el futuro terrenal y espiritual de los suyos, encargó a Guillermo que rezara por todos ellos, que cuidara de su padre en la vejez y que hiciera lo que pudiera por su hermano pequeño.

Reparto del Imperio por el Tratado de Verdún (843)
Imagen bajo licencia CC BY-SA 4.0 En: Wikimedia Commons

En realidad, Bernardo no aceptó la resolución del Tratado de Verdún del año 843 firmado entre Lotario I, Luis el Germánico y Carlos el Calvo. Invadió Aquitania y se hizo fuerte en Tolosa, pero allí fue hecho prisionero, acusado de traición y decapitado por orden del rey Carlos el Calvo en el 844.

Muerto Bernardo, Guillermo se alzó en armas contra Carlos el Calvo y recuperó los condados de Barcelona, Gerona y Osona, de los que su padre era conde en el momento de su ejecución. Para ello, contó con apoyo militar dentro de los condados y también con la ayuda de soldados musulmanes enviados por el emir Abd al Rahman II,*** bajo el mando de los gobernadores de Tortosa y Zaragoza.

Guillermo gobernó los condados durante dos años hasta que las fuerzas francas asediaron Barcelona y le derrotaron. Fue condenado a muerte y decapitado en el año 850. Tenía 24 años.

En cuanto al segundo hijo de Duoda y Bernardo, sabemos que se llamó como el padre y que sobrevivió a los acontecimientos, aunque se desconoce realmente quién fue posteriormente.

Una vez acabado su libro, no se sabe nada más de Duoda. No sabemos si su epitafio llegó a ser esculpido o si supo que su hijo mayor había muerto, pero según algunos estudiosos, parece ser que murió antes de que Guillermo fuera ejecutado.


Notas:

*El padre de Bernardo era Guillermo I de Tolosa, primo hermano de Carlomagno.

**Cuando Bernardo desafió a sus enemigos a mantener esa acusación en combate singular contra él, ninguno se atrevió. (Dronke, p. 64).

***Según los textos musulmanes, el emir, con la ayuda otorgada a Guillermo, pretendía sembrar la discordia en los condados de la Marca entre los partidarios de Carlos el Calvo y los opositores. (Vinyoles, p. 21). 

Artículo relacionado: Educación y letradas en la península ibérica


Bibliografía

Bondurand, Édouard. L'éducation carolingienne: Le Manuel de Dhuoda. París, 1887.

Dronke, Peter. "Duoda"Las escritoras de la Edad Media. Madrid: Crítica, 1995, pp. 62-85.

Neel, Carol. Handbook for William: a Caroligian woman's counsel for her son. Washington D.C.: The Catholic University of America Press, 1999.

Rivera Garretas, María Milagros. "Dhuoda: La maternidad". Textos y espacios de mujeres. (Europa, siglos IV-XV). Barcelona: Icaria, 1990, pp. 65-79.

Vinyoles Vidal, Teresa. Història de les dones a la Catalunya medieval. Barcelona: Eumo, 2005, pp. 16-22.

Wade Labarge, Margaret. “Las precursoras”. La mujer en la Edad Media. San Sebastián: Nerea, 2003, pp. 19-36.

04 febrero 2023

CONSTRUYENDO UN MITO: EL REY ARTURO (1ª PARTE)

A lo largo de algunas entradas trataré sobre la evolución de la figura de Arturo y las características del que fue desde un legendario líder guerrero hasta el rey cortés de Camelot. Su representación sufrió variaciones hasta ser el rey de una magnífica corte, pero ¿cómo se transformó el guerrero de la Edad Heroica britana (siglos V y VI) en el monarca que hoy conocemos? ¿Por qué su leyenda tuvo tanto éxito? ¿Qué aportó a nivel sociológico?

ORÍGENES 

La génesis del mito artúrico radica en la transmisión oral de leyendas celtas que sólo a partir del Medievo se pusieron por escrito. Aun con la romanización, no desaparecieron las lenguas célticas (gaélicas y britónicas)* ni su tradición, y mucho menos en Irlanda, que no estuvo bajo el poder romano. De forma que, en paralelo al latín, continuó una literatura autóctona compuesta y transmitida por la prestigiosa élite de los bardos*.
En la isla de Gran Bretaña y dado el interés por la historia de Britania y sus héroes del pasado, todo un universo épico quedó plasmado en los textos que los monjes escribieron en latín y en galés.

En Irlanda, durante el siglo V, con la evangelización llegó también la cultura escrita. Los monjes escribas se dedicaron a copiar en latín y en gaélico los manuscritos basados en la tradición oral y desarrollaron su apogeo cultural entre los siglos VI y VIII. Asimismo, en la zona norte de Gales y gracias a un largo periodo de estabilidad política, entre los siglos IX y X se produce en los monasterios una intensa labor de recopilación, traducción y escritura del material relativo a las leyendas del Antiguo Norte (Yr Hen Ogledd).

REFERENCIAS SOBRE ARTURO EN MANUSCRITOS EN LATÍN

Gran Bretaña ca.600
Imagen: Hel-hama. Bajo licencia: CC BY-SA 3.0
En: 
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Se cuenta que Arturo fue un guerrero que, tras el abandono de la isla por las legiones romanas a partir del año 410, unió a las tribus britanas y luchó contra los invasores anglosajones, pero no fue hasta el siglo IX cuando se mencionó en un texto historiográfico: Historia Brittonum. Esta crónica, atribuida a un monje galés llamado Nennius, fue escrita en latín hacia el año 830. En ella nos revela la figura de Arturo como un jefe de guerra, un dux bellorum que capitaneó las tropas britanas frente a los invasores de la isla. Se refiere a doce batallas y los lugares donde se desarrollaron, como la acontecida en el fuerte de Guinnion, la octava, "en la que Arturo llevó sobre sus hombros la imagen de la Virgen María y gracias a cuya intercesión y la de Jesucristo derrotó a los paganos".

Respecto a la duodécima contienda, al igual que había hecho el monje Gildas en el siglo VI, Nennius menciona la batalla de Monte Badon, pero a diferencia del autor anterior, sí da el nombre de Arturo. Se configura el retrato de un guerrero tan fabuloso que fue capaz, por ejemplo, de aniquilar a 960 enemigos en dicha batalla, dejando claro que alrededor de esta figura ya se habían comenzado a forjar leyendas. De hecho, en la propia Historia Brittonum se encuentra inserto el texto De mirabilibus Britanniae (o Mirabilia) donde se narran 12 prodigios acontecidos en las tierras de Britania e Irlanda. Entre estas historias hay dos referidas a Arturo: una que trata sobre la prodigiosa tumba de su hijo Anir, y otra que trata sobre las huellas que su perro Cabal dejó en una roca durante la persecución del jabalí Troynt (Twrch Trwyth). Precisamente en este segundo relato se nos muestra la faceta de Arturo como cazador, que será una de las muchas que conforman su fisonomía poliédrica en la literatura galesa.

Monje copista. Autor: Joseph Ratcliffe Skelton.
Pero volviendo a las crónicas, también contamos con los Annales Cambriae, un manuscrito de autoría anónima que se cree que fue iniciado a principios del siglo IX. Este texto registra los sucesos ocurridos desde el año 453 hasta el 954 en el norte de Gales, principalmente. En cuanto a los datos sobre el año 516, se incluye la mención a la batalla de Badon “en la que Arturo llevó la cruz de nuestro Señor Jesucristo durante tres días y tres noches sobre sus hombros y los britanos salieron victoriosos”.
Una segunda referencia a Arturo se halla al llegar al año 537 y es la batalla de Camlann, en la que Arturo y Medraut cayeron. Ambos mueren, pero no dice que fuese uno a manos del otro.

Por otra parte, Arturo aparece también en diversas hagiografías como Vita Sancti Cadoci, V.S. Carantoci, V.S. Iltuti, V.S. Paterni y V.S. Gildae.
En estos manuscritos, que datan desde finales del siglo XI hasta el siglo XIII, Arturo es presentado como un gobernante tirano y soberbio, un rey rebelde que permanece pagano hasta que se convierte al cristianismo a partir de algún milagro que realiza el santo de la biografía en cuestión. Su persona representa el poder temporal frente al espiritual, como un soberano desafiante que no reconoce la autoridad de uno u otro santo hasta que se obran los milagros. En todo caso, estos escritos nos muestran que la conexión con el personaje britano otorgaba un mayor crédito y renombre a los santos galeses e irlandeses biografiados. Arturo era ya un héroe conocido, vinculado a numerosos relatos célticos.

ARTURO EN LAS FUENTES GALESAS

Como hemos visto, se nos ha presentado como un vencedor heroico de batallas, símbolo de la resistencia britona, rodeado de elementos sobrenaturales, cristianos y paganos en lo que pretende ser el recuerdo a un héroe militar. Ahora bien, ¿cuál es la referencia más antigua que tenemos sobre Arturo?

El Viejo Norte (s.VI-VII)
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A este respecto contamos con el poema galés Y Gododdin*, cuyas partes más antiguas han sido fechadas de alrededor del año 600 y atribuida a un bardo galés llamado Aneirin. Esta obra consiste en varias elegías dedicadas a los guerreros de las tribus de Gododdin que, tras dirigirse al reino de Lothian para atacar a los anglos que habían tomado la plaza de Catraeth, cayeron en la batalla y tan solo hubo unos cuantos supervivientes (entre los que estaba el mismo Aneirin). En dicha composición, el poeta elogia a unos héroes que se suponían ya conocidos por la audiencia, y asocia el nombre de Arturo al valor guerrero, al narrar las hazañas de otro héroe (Gwawrddur) cuyo coraje era notable: “Alimentó negros cuervos en la muralla de una fortaleza, aunque él no era Arturo”.
Este y otros manuscritos de entre los siglos IX y XI evidencian una larga transmisión oral antes de ser recopilados en libros que datan de entre los siglos XIII y XIV.
Algunas de las más importantes compilaciones de literatura galesa son:
Libro de Aneirin (siglo XIII)
Libro de Taliesin (primera mitad siglo XIV)
Libro Negro de Carmathen (mediados del XIII)
Libro Blanco de Rhydderch (finales del XIII)
Libro Rojo de Hergest (finales del XIV)

De manera que, además del citado Y Gododdin, hay otros muchos poemas, como el número 30 del Libro de Taliesin, “Los despojos del Otro Mundo” (Preiddeu Annwfn), que cuenta el viaje de Arturo y sus compañeros en el barco Prydwenn para llegar a Caer Siddi, “la Ciudad de los Muertos” con el fin de liberar a un guerrero de una fortaleza y robar un caldero mágico.

También en el Libro de Taliesin encontramos “El asiento de Teyrnon (Cadeir Teyrnon) y “Canto fúnebre de Uther Penn” (Marwnat Uthyr Penn).

En “El asiento de Teyrnon” se alude a un Arturo bendecido con el arte de la canción y vencedor de enemigos. Aun con leves diferencias entre las traducciones propuestas, la alusión en dos versos de este poema atestigua la existencia de leyendas sobre Arturo.

El poema “Canto fúnebre de Uther Penn” narra en primera persona las hazañas de Uther y, si bien son de difícil comprensión, dos de los versos aluden a Arturo. En ellos, supuestamente el propio Uther manifiesta que una novena parte de su valor ha sido transferido a Arturo. En realidad, a lo largo del poema nunca se afirma que Uther fuera su padre, pese a que estos versos han sido interpretados como una posible alusión al que sería su descendiente.

Pero las referencias a Arturo no acaban ahí, sino que están también, por ejemplo, en los poemas 15 y 30 donde se nos presenta un Arturo como caudillo guerrero, vencedor de muchas batallas, que reagrupa ejércitos y ayuda a otros príncipes a salvar sus reinos del enemigo.

Página del Libro Negro de Carmathen. F. 47 v.
Poema: ¿Quién es el portero?

En el Libro Negro de Carmathen, el poema conocido como: Pa gwr yw’r porthawr? “¿Quién es el portero?” es un diálogo entre Arturo y el gigante Glewlwyd Gafaelfawr que custodia la entrada a una fortaleza. Ante él debe Arturo contar sus hazañas y las de sus hombres para poder ser admitidos. En el diálogo nombra a sus más famosos compañeros, Cei y Bedwyr. 

En el poema “Gereint, hijo de Erbin”, algunos versos narran una batalla en la que participaron juntas contra un enemigo común las tropas del rey Gereint y las de Arturo en un lugar llamado Llongborth.

En cuanto a “Estrofas de las tumbas”, se menciona la tumba de Arturo, entre las de otros héroes britanos, al señalar que se desconoce su ubicación.

En el mismo libro, en el poema 31, se destaca la presencia de Uther y Arturo en la batalla de Trywruid, por lo que los apuntes sobre estos personajes aparecen repetidamente.

Como vemos, son numerosas las alusiones al guerrero britano en los textos galeses, pero entre estos debemos destacar "Culhwch y Olwen", recogido junto a otros en los Mabinogi.

Culhwch y Olwen ante Ysbaddaden
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Este relato ha sido considerado como texto de transición en el desarrollo de la materia artúrica. En este cuento, además de ver los primitivos rasgos que caracterizan al Arturo de la literatura galesa, podemos apreciar signos protocorteses, como la sala o corte de gran reputación donde se reúne un elenco estable de guerreros. Además, se ha determinado que es la narración en prosa más antigua sobre Arturo redactada en una lengua vernácula y, según investigaciones filológicas más recientes, que fue escrita hacia el año 1150. Así, aunque esta obra es posterior a la Historia Regum Brittaniae de Geoffrey de Monmouth, no desvirtúa la imagen que ya se había configurado del personaje, sino que combina rasgos protocorteses y heroicos en una figura basculante.

En "Culhwch y Olwen" los guerreros emprenden expediciones junto al soberano, poseen cualidades mágicas actúan en grupo (no individualmente como caballeros andantes) con un comportamiento que dista mucho de una actitud cortés. En sus aventuras, matan, saquean y acrecientan sus riquezas. Arturo, toma la iniciativa y lidera episodios, pasando a segundo plano el personaje principal (como en el caso de Culhwch), y es también el valedor de las normas en su corte como la hospitalidad y la generosidad.

En cuanto al episodio de la caza del jabalí Twrch Trwyth y en el que los protagonistas deben conseguir una navaja, unas tijeras y un peine mágicos que esconde el animal entre sus orejas, alberga una gran carga simbólica. El jabalí simbolizaba la guerra, la destrucción y el caos, y la persecución relatada representa la lucha del bien contra el mal (porque Trwyth es un rey convertido en jabalí por sus pecados) y el control territorial. Arturo, como Señor de la isla, debe capturar a la bestia que devasta todo a su paso, pero además el episodio valida al soberano como cazador y combatiente, y puesto que la caza era fundamental como entrenamiento para la aristocracia guerrera, el episodio pasa a significar la validación del soberano en ese tipo de sociedad.
 
Libro Rojo de Hergest
El cuento conservado en el Libro Rojo de Hergest, titulado “El sueño de Rhonabwy”, muestra a Arturo ya como rey caballeresco; sin embargo, por la manera en que queda plasmado el mundo artúrico, ha sido interpretado por algunos especialistas como una representación paródica del mismo que no refleja la tradición original.

Junto a los Mabinogi, en las “Tríadas de la Isla de Bretaña” (Trioedd Ynys Prydein) es representado Arturo sobre el retrato característico del folklore celta. Aquí hallamos la evocación de la figura heroica, del guerrero britano, bardo y ladrón que está lejos del rey de las novelas de caballerías, así como la mención de los personajes más conocidos que le rodean.

En definitiva, las composiciones galesas nos muestran a Arturo como el jefe de una banda de guerreros que poseen poderes extraordinarios, un caudillo britano que va en busca de aventuras y lucha contra monstruos, brujas y gigantes. Es el protagonista de muchas de las acciones que se desarrollan, un héroe que goza de una fuerza sobrehumana y de elementos mágicos, que rescata y libera personajes, que compone poesía y conduce al robo de riquezas, a la vez que es el protector y defensor de unas tierras donde destaca como soberano.

ARTURO EN LAS FUENTES IRLANDESAS

Ya hemos rastreado a Arturo en los manuscritos de autores galeses, pero también lo encontramos en textos irlandeses en los que tanto Uther como Arturo aparecen como figuras históricas verdaderas.

Los Anales del Ulster fueron realizados por el copista Ruaidhrí Ó Luinín a finales del siglo XV en celta gaélico con interpolaciones en latín y recopilan datos tomados de manuscritos de finales del siglo VII o principios del VIII. En la compilación encontramos continuas referencias a otra obra denominada “el Libro de Cuanach”, para validar lo que está escrito en los Anales del Ulster.

El Libro de Cuanach fue escrito por un monje irlandés (Cuana/Cuanu) que murió en el año 738. En la entrada referida al año 467 nos revela que Uther Pendragon fue un rey de Inglaterra y que su hijo Arturo le sucedió y mandó construir la Mesa Redonda.*

En cambio, en otros manuscritos irlandeses se anota que Arturo fue hijo de un soberano del reino de Dalriada*, Aedán Mc Gabráin, que murió en el año 606. Así lo vemos, por ejemplo, en Vita Columbae*, escrita por un abad del monasterio de Iona (Escocia) llamado Adamnan.

Firmas en una página de los Anales de los Cuatro Maestros
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Por otra parte, en los
Anales del Reino de Irlandatambién conocidos como “Anales de los Cuatro Maestros”*, encontramos la mención a Arturo en la entrada del año 620, en la que se relata que mató al rey irlandés (escoto) Mongan (hijo del rey Fiachra Lurgan) con una piedra. Aquí Arturo aparece como rey de los britanos y es hijo de Bicair.

Otra recopilación de capital importancia es la Historia de Irlanda (Foras Feasa Ar Érinn) realizada por el sacerdote irlandés Geoffrey Keating en el siglo XVII. Su compilación, al igual que los Anales, ofrece documentos únicos sobre Irlanda, ya que muchos de los textos antiguos en los que se basó (algunos de ellos anteriores al siglo X) desaparecieron.

Según las fuentes utilizadas por Keating*, Arturo era un príncipe irlandés que fue contemporáneo de Muircheartach el Grande (hijo de Earca), rey de Érinn (Irlanda) en el siglo VI y del que fue, posiblemente, su aliado. Además señala que Arturo murió luchando contra los pictos escoceses.

En cualquier caso, hemos visto a través de distintas fuentes, algunas de las referencias y las varias representaciones de Arturo desde los documentos más antiguos. No obstante, con el género literario del romanque se había iniciado en Francia en el siglo XII, la leyenda artúrica pasará a otro nivel.


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*Quiero leer la 2ª PARTE


BIBLIOGRAFÍA

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Cordo Russo, Luciana. “Culhwch ac Olwen como texto de transición de la materia artúrica”. Medievalista [en línea] 2017, núm. 22. Disponible en: https://doi.org/10.4000/medievalista.1332

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Hibbert, Christopher. Breve historia del rey Arturo. Madrid: Nowtilus, 2009.

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Sainero Sánchez, Ramón. Diccionario Akal de mitología celta. Madrid: Akal, 1999.

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