ORÍGENES
Y EVOLUCIÓN DE LA CABALLERÍA MEDIEVAL HASTA EL SIGLO XI
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Escena del Tapiz de Bayeux que representa la conquista de Inglaterra por los normandos del duque Guillermo el Conquistador en el año 1066. Dominio público: Wikimedia Commons.
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¿Cómo surgió la caballería?, ¿qué factores hicieron que
naciera este cuerpo social?, ¿a quiénes podemos
denominar caballeros?, ¿en qué momento se produjo una transición
del equites al chevalier?, ¿cuándo y cómo se
convirtieron los guerreros a caballo en caballería? Para responder estas
preguntas debemos considerar todo un proceso de transformación sobre los
agentes estructurales del Medievo. La
caballería marcó profundamente el mundo medieval y hablar de ella supone observar su evolución a partir del siglo
VIII.
LOS
CAROLINGIOS Y LA REFORMA MILITAR DE CARLOMAGNO
Las necesidades militares de un imperio en expansión hicieron que el reino de los francos fuera el
territorio donde se iniciara la configuración de la futura caballería. Carlos Martel llevaba a cabo
campañas cada vez más lejanas que obligaban a aumentar la hueste y a
transformar gran parte de las fuerzas de infantería, que eran mayoritarias, en
tropas a caballo. El soberano, para atraerse fidelidades y remunerar a sus
hombres, les concedió en precario tierras eclesiásticas, a cambio de la prestación de los servicios de guerra. Los ingresos que se derivarían debían
servirles para pertrecharse con un equipo acorazado. En consecuencia, se fue
dando un incremento de la caballería pesada que además se vio favorecida por la
introducción del estribo, ya que les permitía tener un mejor dominio del
corcel, una mayor estabilidad sobre él y manejar con mayor soltura las armas, pero
este invento, que era de origen oriental y llegó a Occidente hacia el siglo
VIII, no supuso una modificación del método de combate. El caballo era
indispensable para los desplazamientos, pero una vez llegados al campo de
batalla, muchos jinetes desmontaban y luchaban a pie con las armas de los
peones.
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Caballería carolingia. Ilustración: Wayne Reinolds. Fuente: Historiando.org |
Sabemos
que sólo los hombres
libres tenían derecho
a
portar armas
y los campesinos
libres debían
acudir, en virtud de ese derecho, a la convocatoria anual del ejército para
salir en campaña junto a su señor; pero Carlomagno reparó
en los pobres (pauperes), y el deseo de asegurarse su participación en el
servicio militar fue el impulso decisivo para una reforma atendiendo a la
situación de los libres (liberi) y la extensión de sus tierras. Así, el
soberano estableció que los dueños de 4 mansos o más, debían
proveerse de casco, espada, lanza y escudo.
Para los que no llegaban a 4 mansos
, siendo
considerados pauperes, se estipuló que, de
entre esos hombres se alistara uno, equipado entre todos, y que el resto se
encargara de su finca mientras estaba en campaña.
Por
otra parte, los propietarios de 12 mansos o más, además del equipo
mencionado, estaban obligados a llevar coraza* (Fleckenstein, 2006, p. 28). Sin embargo, al ser
tan costoso dicho equipamiento, Carlomagno quiso reforzar con la
concesión de tierras (beneficia) a los combatientes acorazados del
contingente ecuestre. Ahora bien, los beneficiarios de un beneficium (más tarde, feudo) debían ser los primeros en partir (in primis), situarse en primera línea
de combate y estar disponibles en cualquier momento. A la cabeza de estos
ejércitos estaban los vasallos de la corona (vassi dominici), algunos de
los cuales contaban con auténticos latifundios (desde 30
mansos hasta los que tenían más de 100 y 200 mansos).
De
esta manera, Carlomagno puso el germen que uniría vasallaje y
feudalismo en un proceso en el que el vasallaje fue
extendiéndose, militarizándose y adquiriendo importancia gracias a la donación
de feudos. Esto hizo que se fueran uniendo los conceptos miles (soldado)
y vasallus hasta que, desde mediados del siglo IX,
significaron lo mismo. Eran componentes de la militia que
incluía nobles (nobiles) y ministeriales. Progresivamente, “milites” (soldados)
se fue asignando a los hombres que se situaban por debajo de los nobles, pero
por encima de los campesinos, y más adelante, a mediados del siglo XI,
denota su mejorada posición el hecho de que quedaran exentos de ciertos impuestos
señoriales, como atestiguan algunos documentos de la época. En
cualquier caso, el vasallaje tuvo un aumento imparable
en todos los territorios del imperio carolingio, pero la extensión de los señoríos,
que se servían de sus propios milites, desembocará en un
grave problema social.
LA PAZ Y TREGUA DE DIOS
Con
la disgregación del imperio carolingio se produjo una gran atomización
del poder político que quedó en manos de los señores feudales.
Ya con los últimos carolingios, la nobleza de Aquitania y de
la Baja Borgoña se había desligado de la autoridad del rey y, aunque los
normandos todavía la respetaban, los poderes regionales, que se evidenciaban por la presencia de sus castillos, fueron
en aumento. Esto llevó a un desgobierno generalizado, caracterizado por los enfrentamientos entre los señores feudales, el saqueo y
la violencia indiscriminada sobre la población. Ante la gravedad de la
situación y la inoperancia de los reyes, la Iglesia tomó la iniciativa para
limitar las consecuencias de las luchas entre linajes y proteger a los más
indefensos de la sociedad.
A
finales del siglo X, obispos y abades,
apoyados por la alta aristocracia que quería restaurar el orden en sus zonas de
influencia, instituyeron la Paz de Dios con resoluciones
dirigidas a impedir los actos ilegítimos en las guerras privadas, los ataques
de los milites a los inermes y a respetar las
iglesias, el clero y sus siervos. Se trataba de reglamentar las acciones de la
guerra, circunscribirla únicamente a los combatientes y
proteger a la población desarmada (los no combatientes) y sus bienes. A partir
del concilio de Elnes (1027), la Paz de Dios se amplió
con la Tregua de Dios que incluyó la prohibición de portar
arma y guerrear en algunos días determinados
y, más tarde, en fechas y periodos más amplios como Navidad y Semana Santa.
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Los tres órdenes. Inicial adornada (siglo XIII) |
Sin
embargo, los concilios y textos eclesiásticos dieron otra consecuencia
fundamental a la sociedad medieval y es que, al subrayar la distinción entre
gente armada y desarmada, se clasificó la población bajo la idea de que sólo se podía recuperar la estabilidad social si las funciones de cada grupo estaban bien definidas, creándose así el esquema tripartito: oratores, laboratores y bellatores.
SERVIR
Y PROTEGER
Puesto
que la Paz y Tregua de Dios empezó a llegar a un punto en el
que no era eficaz, la Iglesia asignó a los milites la protección
de los débiles (especialmente viudas y huérfanos) y la defensa de
los dos grupos sociales restantes, orientando así a los combatientes
hacia causas justas como ejecutores de unas tareas reservadas sólo para ellos y de cuyo cumplimiento dependía la
seguridad de la de la cristiandad. La Iglesia, no sólo consiguió limitar
el uso de las armas y elaborar una ética guerrera estableciendo la
diferenciación entre guerra justa e injusta, sino que abrió a aquel
estamento un nuevo horizonte.
La
función guerrera se moralizó y la guerra justa, dirigida a combatir a infieles
y paganos, se sacralizó. Con la inserción de las virtudes cristianas en
su cometido, se creaba la imagen del soldado al servicio de la Iglesia y
de Dios. A partir de entonces, los milites, para salvar
su alma manchada por los pecados de la sangre, la
codicia y el robo, debían abandonar su militancia seglar, que iba
en contra de la doctrina cristiana, (como habían revelado todas sus acciones
pecadoras y perversas) y pasar a la militancia de Cristo. Con la
proclamación de la Primera Cruzada en 1095,
la Iglesia encauzaba el ardor bélico de los milites hacia un nuevo objetivo y los convertía en soldados de Cristo (milites Christi).
Además, junto a los escritos eclesiásticos, la literatura
seglar influyó con modelos épico-cristianos en la formación de una ética caballeresca y con todo, otro factor
jugó un papel fundamental.
UN
NUEVO MÉTODO DE COMBATE
Hacia
finales del siglo XI, la adopción de una nueva técnica de combate con la lanza significó
un nuevo impulso para el estamento marcial.
En las batallas, la caballería pesada era utilizada como carga de choque y, junto al uso de
las espuelas, del estribo y de un armazón de
la silla más alto, entraba en juego la lanza. Esta arma se podía emplear de varias maneras dependiendo de cómo se sujetase, y era muy normal utilizarla como jabalina, pero la nueva táctica consistía en sujetarla fuertemente bajo un brazo y, dirigiéndola en posición horizontal, lanzarse a la carga con el cuerpo inclinado hacia delante muy pegado al animal. En definitiva, caballo, jinete y lanza formaban,
unidos, un proyectil de una enorme potencia. No obstante, la necesidad de ejercitación con este método específico del combate a caballo llevó a la instauración del torneo como entrenamiento
militar. Los luchadores tenían la ocasión de poner en práctica diferentes estrategias de guerra y demostrar heroicas hazañas al público presente, puesto que los torneos eran, a su vez, reuniones aristocráticas y espectáculos magníficos de una gran popularidad.
Los participantes debían proveerse de un equipo que implicaba un muy
alto coste y que incluía la indumentaria, las armas, un caballo y un escudero. Todo ello significaba poseer grandes recursos o contar con la ayuda de un noble que ejerciera de benefactor, de manera que el simple hecho de participar en un torneo era en sí mismo un distintivo social. La construcción de un código de valores que les unía y las habilidades militares adquiridas hacían de ellos unos
guerreros distintos del resto que luchaban a su lado en las contiendas, por lo que estos factores imprimirían la diferencia a esta élite guerrera cuyos miembros buscaban la fama y mención de sus proezas. La
definición de “caballero” era ya una realidad.
NOTAS ACLARATORIAS Y DE AMPLIACIÓN
*Sobre la coraza: Se trataría de una loriga de cuero recubierta de piezas de metal o Brunia.
«Hasta
mediados del siglo XI, [...] la protección del guerrero, hasta el medio muslo, era la cota de escamas sobre la túnica de cuero o la cota de malla hecha de anillas de hierro entrelazadas». (Flori, Caballeros y
caballería..., p. 105).
En las Capitulares de
Carlomagno:
«Habeant loricas vel galeas et
temporalem hostem, id est aestivo tempore».
En: "Capitulare Aquisgranense". Capitularia
Regum Francorum, tomo I, nº 77 (813), art. 9, p. 171.
Sobre la reglamentación de los efectivos de guerra:
«A mediados del siglo VIII, los vasallos deben ir al combate con el equipo completo, que se compone de un caballo, una loriga (lorica), de una coraza formada de escamas de hierro superpuestas y sujetas a un jubón, un escudo de madera, una lanza, una espada y un machete procedente del antiguo scramasax». (Flori, Caballeros y caballería..., p. 48).
«El movilizado debía
presentarse en el centro de concentración provisto, bajo pena de multa, de una lanza, de un escudo, de un
arco con una cuerda de recambio y de doce flechas. Los jefes de destacamento
debían, además, llevar un casco y una loriga o una brunia, es decir, un sayo de cuero revestido de piezas de metal». (Halphen,
p. 140).
Sobre los mansos: Eran fincas que
formaban parte del dominio señorial, pero cedidas a
familias campesinas. A cambio, debían abonar unas rentas en especie, en metálico o en jornadas de trabajo en la reserva señorial (corveas, sernas). Un manso englobaba la vivienda, las tierras de cultivo y los appendicia. Además, podía estar habitado por varias familias, pero aparecía como una unidad fiscal.
Sobre el manejo de la lanza: El nuevo método consistía en la carga a lanza tendida (en posición horizontal
fija). Esta nueva técnica se ve relacionada con las conquistas normandas en documentos de finales del siglo XI. También se ve representada en
algunas escenas del tapiz de Bayeux (finales del siglo XI).
Sobre los torneos: El
torneo era una pelea entre grupos de guerreros ecuestres, un simulacro de batalla donde se podía ganar un buen botín. Los derrotados podían ser hechos prisioneros, perder
sus caballos y tener que pagar un rescate. A partir del siglo XIV toman relieve las justas, que eran combates entre dos caballeros.
En precario: Concesión de tierras para la obtención de un usufructo, pero cuya propiedad era de la Iglesia en este caso.
Inermes: Sin armas. Desarmados.
Ministeriales: Hombres no libres que pertenecían a la servidumbre doméstica del señor
feudal (imperial o eclesiástico). Se les encomendaban las funciones más
importantes de la casa, (chambelán, senescal, maestresala, etc.) además de supervisar las propiedades del señor. Su entrada en
la militia, hacia el siglo XI, supuso un ascenso social y con el tiempo, obtuvieron feudos e importantes puestos en la administración y en el ejército.
Milites casati: Vivían en su propia casa, en las tierras concedidas por el señor feudal, pero, en su deber vasallático, tenían que cumplir con el servicio de hueste destinado a dar apoyo (con sus propios vasallos) en las expediciones, algaras o cualquier otra operación militar de su sire. Era un servicio temporal.
Milites castri o gregarii: Caballeros de mesnada o castellanía. Vivían en el castillo del señor. Eran su guardia personal y parte esencial de sus tropas en operaciones de represalia o intimidación. El lugar de estos milites en la sociedad dependía del prestigio, la riqueza y la generosidad (largesse) del sire, ya que de él dependía el equipamiento, además del alojamiento, la ropa y la alimentación de éstos.
Servicio mercenario: 1) Mercenarios que, a cambio de una paga, un salario o la promesa de una parte de las tierras o bienes que se obtuvieran de una expedición, se ponían a disposición de un señor. 2) Vasallos remunerados por un señor para que prolongaran por más tiempo su servicio. En cualquier caso, el servicio mercenario implicaba que cada uno se costeaba todo su equipo.
BIBLIOGRAFÍA
Boretius, A. "Capitularia Regum Francorum". Monumenta Germaniae Historica (MGH), Hannover,
Tomo I, 1883.
Fleckenstein, Josef. La caballería y el mundo caballeresco.
Madrid: Siglo XXI, 2006.
Flori, Jean. La caballería. Madrid: Alianza Editorial, 2001.
Flori, Jean. Caballeros y caballería en la Edad Media.
Barcelona: Paidós, 2001.
Halphen, Louis. Carlomagno y el imperio carolingio. Madrid:
Akal, 1992.
Keen, Maurice. La caballería. Barcelona: Ariel, 1986.