LAS ÓRDENES SECULARES
Son
conocidas las órdenes religioso-militares que se crearon para defender los Santos Lugares, proteger al peregrino a Tierra
Santa, asistir a los enfermos y luchar contra paganos y herejes, como
también sabemos acerca del activo papel que desempeñaron durante la Reconquista las
órdenes de Alcántara (1154), de Calatrava (1157) y de Santiago (1160) en los
reinos de León y de Castilla, o la
Orden de Santa María de Montesa y San Jorge de Alfama en los territorios de la Corona de Aragón. Pero, ¿qué eran las
órdenes seglares?, ¿cómo se originaron?, ¿con qué finalidad?
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Preparados para un torneo. Livre des Tournois de René d'Anjou. Dominio público: Wikimedia Commons |
ORÍGENES
Los orígenes de las órdenes seglares de caballería se pueden rastrear en las cofradías que participaban en torneos, siendo muy extendidas a partir del siglo XIII.
El estudio de las similitudes entre las órdenes seculares y las cofradías ha permitido deducir que estas últimas fueron las precursoras de las órdenes seglares, teniendo en cuenta además, las diferencias con las órdenes de cruzados. Así, estas agrupaciones laicas de caballeros las conoceremos como órdenes dinásticas, capitulares o de Collar y de Fe. Estas corporaciones tendrán aspectos honoríficos, igualitaristas, religiosos y caritativos, a la vez que destacarán los fastuosos ceremoniales celebrados con la pretensión de poner de nuevo en valor los antiguos valores caballerescos; para ello, fundamentaron su ideología en la literatura caballeresca y, especialmente, en la leyenda artúrica.
ÓRDENES
SEGLARES DE LOS SIGLOS XIV Y XV
Podemos
reconocer tres tipos de asociación caballeresca, considerando el
planteamiento del historiador y heraldista Jonathan D’Arcy D. Boulton, que distinguió
entre órdenes curiales, órdenes votales y
cofradías.
Según Boulton eran curiales aquellas
compañías que tenían estatutos, celebraban capítulos y eran fundadas por emperadores, reyes o príncipes.
Las órdenes votales eran corporaciones temporales. Se reunían durante dos años, aunque
podían ser renovadas, llegando a convertirse en formaciones semipermanentes, y tenían
como propósito principal el cumplimiento de un voto particular o varios.
Las cofradías eran temporales, tenían estatutos y celebraban capítulos. Los miembros de cada una de ellas elegían a su mandatario.
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Asamblea de la Orden del Creciente |
Las cofradías¹ se originaron como ligas de caballeros que se juraban amistad, lealtad y ayuda mutua en los torneos y las guerras (por ejemplo, con los rescates).
Contaban con una provisión de fondos o "caja de socorro", respaldaban el cuidado de ancianos y enfermos e insistían en la observancia religiosa sin estar bajo una regla monástica. Algunas de estas agrupaciones fueron la Compañía de la Hoz, creada en 1391, y la Hermandad del Escudo de San Jorge en 1406.
Estas congregaciones ya ostentaban sus propias insignias colgadas de un collar y muchas de ellas fueron duraderas. Sus estatutos regulaban la admisión de sus miembros, el funcionamiento de los capítulos o asambleas y de los ceremoniales. Tenían sus propias capillas en iglesias locales donde se decían las misas por los cofrades difuntos y cada cofradía estaba dedicada a un Santo patrón.
En los capítulos se revisaba el comportamiento de los integrantes, se castigaban las faltas al reglamento y las peleas entre compañeros debían ser resueltas ante un árbitro.
Por otra parte, muchas de las antiguas órdenes militares sufrieron un proceso de secularización y a partir del siglo XIV se fundaron numerosas órdenes que impulsaban
la búsqueda del honor militar y el reconocimiento formal
de sus funciones.
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Fundación de la Orden de la Estrella (1351)
Juan II de Francia Grandes Chroniques de France |
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La
orden seglar más antigua es la Compañía de San Jorge, cuya creación fue proclamada por el rey de Hungría, Carlos I (Carlos Roberto), en 1325. Le siguieron la Orden de la Banda, fundada por Alfonso XI de Castilla hacia el año 1330; la Orden de la Jarretera, creada por Eduardo III de
Inglaterra en 1348; la Orden de la Estrella, fundada
en 1351 por el rey Juan II de Francia; la Orden del Nudo, por
Luis I de Nápoles en 1352; la Orden de la Hebilla de Oro en
1355 por el emperador Carlos IV (Carlos de Luxemburgo); la Orden de la Espada en 1359
por el rey Pedro de Chipre y la Orden del Collar (o de la Santísima Anunciación) en 1363 por
Amadeo VI, conde de Saboya.Ya en el siglo XV surgen: en 1403 la Orden de
la Jarra, fundada por el infante Don Fernando de Antequera
(Fernando I de Aragón); la Orden del Dragón en 1408 por
el emperador Segismundo de Luxemburgo; la Orden del Toisón de Oro en 1430
por el duque borgoñón Felipe el Bueno; la Orden del Cisne en
1440 por Federico II (elector de Brandeburgo); la Orden del Creciente en
1448 por René d'Anjou y la Orden de San Miguel por
Luis XI de Francia en 1469.
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Luis XI presidiendo un capítulo de su Orden de San Miguel Dominio público: Wikimedia Commons
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A diferencia de las religioso-militares, estas órdenes no
hacían votos de pobreza y castidad ni obedecían a una autoridad eclesiástica,
sino que ofrecían lealtad a una autoridad secular, se componían de
miembros nobles que continuaban su vida seglar y respondían a otro tipo de
objetivos que, además de caritativos, eran sociales y políticos.En su
organización interna se plasmaba un igualitarismo basado en el hecho de que todos los miembros compartían un
mismo ideal, sin tener en cuenta las diferencias de títulos y riquezas (como en
la mesa del rey Arturo). Pero estas agrupaciones aristocráticas respondían
también al deseo de consolidación social; de ahí que se presentaran como organizaciones muy selectas, preocupadas por mantener los privilegios y el estilo de
vida de la nobleza.
Era requisito indispensable para el ingreso en una orden que el candidato poseyera y demostrara un linaje noble de, al menos, cuatro generaciones, y una vez admitido, algunas órdenes estipulaban que debía armarse caballero en un determinado plazo de tiempo. La propuesta de los posibles candidatos se realizaba en las reuniones capitulares, pero algún nombre podía ser rechazado si el caballero en cuestión era sospechoso de cobardía o traición.²
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Jean Wauquelin presentando sus Crónicas de Hainaut al duque Felipe III de Borgoña, fundador de la Orden del Toisón de Oro. Miniatura atribuida a Rogier van der Weyden, ca. 1448. |
Pero además, dado el carácter cristiano de la caballería, algunas de las órdenes más prestigiosas quisieron revivir el ideal de cruzada. Algunas de ellas fueron: la Orden de la Espada (de Pedro de Chipre), la Orden de la Estola y la Jarra (de Alfonso V de Aragón), la Orden del Barco (del noble Carlos de Durazzo) y la Orden del Toisón de Oro (de Felipe III de Borgoña).
Otro ejemplo del deseo de pervivencia de los ideales caballerescos fue la Orden de la Dame
Blanche à l’Écu Vert (1399) del mariscal Boucicaut, una orden
votal que se propuso principalmente la defensa del honor y la
protección de las mujeres, comprometiéndose durante cinco años al servicio de
las damas, pero también al auxilio de todo aquel que lo necesitara.
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Felipe II con el manto y el collar de la Orden del Toisón de Oro |
En
cuanto a las órdenes curiales debemos destacar que surgieron para la creación
de alianzas y de un entorno fiel a un soberano, formándose un círculo elitista cuyos principales
objetivos respondían a las necesidades políticas, diplomáticas
y propagandísticas de los reyes y príncipes europeos.
Los fastuosos ceremoniales, ropajes y emblemas destacaban el prestigio de la orden, por lo que insignias, collares y libreas se convirtieron en los símbolos de las órdenes más importantes.
Desde su fundación, una
orden quedaba unida a su Jefe por medio del emblema, y ese distintivo
podía continuar bajo otra dinastía; por tanto, cada orden no tenía una
vinculación territorial, sino con el jerarca de la corporación, manteniéndose una
concepción sucesoria.
El
caballero que ingresaba en una orden curial quedaba ligado al Gran Maestre por
un juramento de fidelidad, hecho que implicaba renunciar a cualquier otra compañía
que pudiera comprometer su lealtad, y en algunas, como la Orden del Toisón de
Oro, estaba obligado a ostentar las insignias todo el año, menos en campaña de
guerra o en un viaje muy largo y pesado. Con respecto al mandatario, éste podía
aceptar el collar o insignia de otra orden, por lo que la exhibición de un
determinado collar o emblema por parte de un Gran Maestre significaba su
amistad diplomática con otro.
LAS
RAZONES DETRÁS DEL ESPLENDOR DE LAS CEREMONIAS
Algo
que nos llama la atención de las órdenes seculares es, ciertamente, el
esplendor de los rituales y ceremonias que
realizaban. Procesiones,
capítulos, banquetes, torneos, justas y votos solemnes daban sentido a esta caballería bajomedieval. Un ejemplo lo
vemos en la Orden de la Estrella, cuando en su fiesta anual instituían
una mesa de honor para los tres caballeros que hubieran
realizado los hechos de armas más importantes durante el año. Por otra parte,
muchas órdenes habían determinado que se escribieran las mejores hazañas de los
caballeros en un “libro de aventuras” y podían aumentar el adorno de sus
insignias con piedras preciosas por la misma razón. A todo ello debemos añadir la teatralidad de
los pasos de armas, las tablas redondas o la jura de votos³ (algo que podía ser tan singular como pronunciar los votos sobre un ave).
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Trajes de la Orden del Toisón de Oro. Del Códice sobre la Orden. |
Sin
embargo, es importante entender que detrás de todo el boato que envolvía a
estas asociaciones subyacían unos objetivos serios y honorables. Todos los
emblemas, la suntuosidad de los ritos y de sus vestimentas tenían como
finalidad señalar el valor militar, la lealtad y
la importancia de sus compromisos para con la sociedad. La
valentía y el servicio fiel continuaron siendo los pilares del caballero,
mientras la heráldica mostraba el honor obtenido por
sus loables actos. Todos los signos externos de ostentación eran la
manifestación de sus valores y de la justa recompensa por sus logros; por eso,
lo que a nuestros ojos parece frivolidad, exageración y extravagancia, era en
realidad, la expresión de una ética que reflejaba la respetabilidad que
merecían por sus elevados propósitos y, aunque unos caballeros pronunciaran sus
votos sobre un faisán, lo hacían con la solemnidad que sus ideales requerían.
Así, órdenes y hermandades laicas se valieron de las lujosas vestimentas, las
grandes celebraciones y los modelos épicos para expresar la magnitud de sus responsabilidades
y la reputación ganada.
Valor, honor, lealtad, generosidad y cortesía continuaron
siendo valores vigentes en una nobleza que, si bien fue cada vez más un
instrumento en manos de las monarquías, fue fiel a los principios de la
caballería en las postrimerías de la Edad Media.
Notas:
¹ La primera referencia a las cofradías la encontramos en un canon del concilio
de Aviñón (1326) donde se explica que se reunían una vez al año en algún lugar
fijado de antemano, celebraban convenciones y se juraban apoyo mutuo contra el
enemigo. También se alude a la vestimenta, que era para todos igual, a los
distintivos o insignias y a la elección de un Jefe a quien todos juraban
obedecer (Mansi, Concilia, XXV, pp. 763-764).
² Si un caballero había huido de una batalla, aunque estuviera perdida, no podía entrar en una orden y si ya estaba en ella, era expulsado.
³ Las justas se hicieron muy populares entre los caballeros, ya que podían destacar individualmente y esto estaba en relación directa con el deseo de gloria personal, pero el torneo no desaparece. Justas y torneos se vuelven fastuosos y ritualistas. Una variante del torneo era la Tabla Redonda, una actividad que consistía en un concatenamiento de justas donde los caballeros se hacían llamar como los paladines del ciclo artúrico y realizaban diferentes retos. Aparece documentada por primera vez en Chipre en 1223 por el cronista Felipe de Novara, cuando informa sobre la celebración de un torneo de este tipo con motivo de la investidura de armas de un hijo del cruzado Jean d'Ibelin.
Respecto a los votos, tenían que ver, normalmente, con un hecho de armas, por ejemplo, un caballero juraba no sentarse para comer o llevar un ojo tapado hasta haber luchado en una cruzada o en una determinada guerra.
Los votos también estaban relacionados con el amor cortés, puesto que rendir honores a una dama y hacerse digno de
ella espoleaba la valentía del caballero para lograr sus hazañas bélicas.
BIBLIOGRAFÍA
Ceballos-Escalera y Gila, Alfonso. La
Insigne Orden del Toisón de Oro. Madrid: Palafox y Pezuela, 2000.
Dacre Boulton, D'Arcy Jonathan. The Knights of the Crown: The Monarchical Orders of Knighthood in Later Medieval Europe, 1325-1520. Woodbridge: Boydell, 1987.
Flori, Jean. La caballería.
Madrid: Alianza Editorial, 2001.
Keen,
Maurice. La Caballería. Barcelona: Ariel, 1986.
Zotz, Thomas. "El mundo caballeresco y las formas de vida cortesanas", en: Fleckenstein, Josef. La caballería y el mundo caballeresco. Madrid: Siglo XXI, 2006.
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