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09 septiembre 2023

LA TIERRA ES PLANA, LA TIERRA ES REDONDA (2ª PARTE)


Dios creando el universo
Ilustración de una biblia moralizada, s. XIII
Codex Vindobonenesis, 2554
Dominio público: Wikimedia Commons 


IMAGO MUNDI

A partir del siglo XI, el desarrollo de las universidades en diversas ciudades europeas significó el intercambio de conocimientos entre profesores de las distintas instituciones, la investigación y la difusión de las ciencias clásicas. 
Iluminación de Laurentius de Voltolina 
Liber ethicorum des Henricus de Alemannia, s. XIV
Dominio público: Wikimedia Commons
De esta manera, los argumentos acerca de la esfericidad de la Tierra pasaron a miles de estudiantes y la amplia inclusión de obras sobre filosofía natural hizo que entre los años 1200 y 1500 se tuviera acceso, como nunca antes se había tenido en la cristiandad, a materiales científicos. Bolonia, Oxford, París y Salamanca se convirtieron en las principales receptoras de cultura europeas, y fruto del intercambio y del debate se inició un importante cambio epistemológico. El interés de los pensadores cristianos medievales por el mundo natural dio como resultado importantes contribuciones en los campos de la física, lógica, óptica, mecánica, geografía, geometría, álgebra y cosmografía. Si bien la teología se consideraba fundamental, no otorgaba certezas, por lo que se produjo una renovación del pensamiento y la práctica epistemológica, sometiendo el
corpus aristotelicum a la crítica y a nuevos métodos de estudio. Ahora se buscaba la verificación matemática de los fenómenos de la naturaleza.

En este contexto destacó el franciscano inglés Robert Grosseteste (ca. 1175-1253) que, además de traducir y comentar obras de Aristóteles, aplicó las matemáticas a las ciencias físicas y produjo importantes trabajos de teología, física, astronomía y óptica.

Escultura de Roger Bacon
Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford
Imagen bajo licencia: CC BY-SA 3.0
Su discípulo, Roger Bacon (1214-1292), siguiendo su estela, subrayó la importancia del método experimental y escribió una gran obra titulada Opus Maius que entregó al Papa Clemente IV. Además de sostener la teoría de la esfericidad de la Tierra y que el recorrido que hacía el Sol por la línea de la eclíptica ocasionaba los diferentes climas del planeta, afirmó que el hemisferio sur del planeta estaba habitado, al igual que hizo Alberto Magno (ca. 1200-1280) en su De natura locorum.

También Tomás de Aquino (1225-1274) en su Summa Theologica declaraba la esfericidad terrestre, pero además, para Santo Tomás, un mismo elemento de estudio podía ser abordado desde diferentes ámbitos, por lo que la redondez de la Tierra podía ser demostrada tanto desde resultados matemáticos como físicos. Al fin y al cabo las diferentes ciencias requerían diferentes métodos de actuación y todas eran válidas para la demostración de la verdad sobre una misma cuestión.

En las universidades se estudiaban, sobre todo, las obras de Aristóteles y Ptolomeo, que servían a otros eruditos para escribir tratados astronómicos, entre los que destacó por su enorme influencia el del monje británico Johannes de Sacrobosco (1195-1256), profesor en la Universidad de París. Su obra, De Sphaera Mundi, escrita en la primera mitad del siglo XIII, se convirtió en un libro de texto básico para la enseñanza de astronomía. Sacrobosco conjugó las ideas esenciales de la cosmología aristotélica y de la astronomía matemática ptolemaica, elaborando un manual introductorio a la ciencia astronómica como parte del Quadrivium. Se consideró de lectura obligatoria e indispensable para alcanzar el título de bachiller en muchas universidades europeas. Se sucedieron las traducciones, la imprenta aumentó su difusión y se siguió utilizando como manual hasta finales del siglo XVII.

También en la Universidad de París destacó Jean Buridan (ca. 1293-1358), que revolucionó la física medieval y posibilitó futuros descubrimientos con su teoría del ímpetus. Buridan explicó el movimiento de las esferas celestes al margen de la teoría aristotélica y en cuanto a la esfera terrestre, sostuvo que una parte de ésta estaba cubierta por agua y, por tanto, era densa y pesada, mientras que la parte que sobresalía del agua, alterada por el aire y el calor del sol, era más ligera.

Nicolás Oresme en su escritorio al lado de una esfera armilar
Traité de la sphère; Aristote, De caelo et de mundo
Ilustración, ca. 1410
Dominio público: Wikimedia Commons

Uno de sus discípulos, Nicolás Oresme (ca. 1323-1382), planteó en su Livre du ciel et du monde que la Tierra giraba sobre sí misma y no el cielo (haciendo de ello el aparente movimiento de los astros). Al parecer, su investigación sobre las esferas celestes sobrevino de sus estudios sobre el movimiento y la velocidad de los objetos, e introdujo la representación gráfica del movimiento uniformemente acelerado. Por el uso del método geométrico para dicha representación ha sido considerado por algunos estudiosos como precursor de Descartes y de la geometría analítica. Asimismo, ha sido reconocido como uno de los grandes personajes de la ciencia debido a sus contribuciones al estudio del movimiento de la Tierra y de los fenómenos celestes, equiparándolo a Nicolás Copérnico.

Pero no sólo los polímatas eclesiásticos escribieron acerca del tema. La idea de la redondez de la Tierra estaba presente en libros como la Divina Comedia de Dante (1265-1321), donde describe en varias ocasiones el mundo como una esfera, o el Libro de las maravillas del mundo o Viajes a Tierra Santa y al Paraíso Terrenal (ca.1370), que fue uno de los libros más leídos en Europa entre los siglos XIV y XVI.

En definitiva, el planeta era un globo y así se plasmó también en la representación del poder temporal y del poder divino: el orbe era el símbolo por excelencia de la soberanía de la realeza y de Cristo.

Otón II con orbe y cetro
Miniatura en el Registrum Gregorii, s. X
Dominio público: Wikimedia Commons
Cristo con orbe
Antonello da Messina, 1477
Panel del políptico en:
Santuario dell’Annunziata, Ficarra, Sicilia (Italia)
Dominio públicoWikimedia Commons












En el siglo XV continuaron los trabajos que describían el mundo esférico y se añadían aquellos que mostraban los conocimientos geográficos de la época: la Tabla Oceánica de Toscanelli (1474), Historia rerum ubique gestarum (publicada en 1477) del Papa Pío II, o Imago Mundi (impresa por primera vez en 1483) del eclesiástico Pierre d’Ailly. Estas obras se harían muy populares y llegarían a varios exploradores y navegantes, entre ellos, a Cristóbal Colón.

EL MITO

Ya hemos visto que en el Medievo sabían perfectamente que la Tierra era un globo. Entonces, ¿cómo ha llegado hasta nuestros días que en aquella época pensaban que era plana?

El origen de esta falacia se halla en el siglo XIX, cuando los intelectuales se creían en una superioridad histórico-cultural en el contexto de las corrientes positivistas y evolucionistas inscritas en una sociedad industrializada. En ese clima filosófico y social surgieron las publicaciones apologéticas del progreso para exponer que una civilización moderna debía basarse en la racionalidad y la ciencia, y que sólo las propuestas científicas hacían posible el avance de una sociedad, algo que contrastaba claramente con la época del Medievo. En este marco mental surgió la teoría del conflicto histórico entre ciencia y religión, atribuyendo a la Iglesia católica la promulgación de la noción de la planitud de la Tierra. En definitiva, se popularizó la idea de que la Iglesia había obstaculizado siempre el desarrollo científico y que fue a partir del Renacimiento y la “revolución científica” cuando se pudo pasar del oscurantismo medieval a una cultura moderna. Otros historiadores destacaron que el paso a la modernidad se dio gracias a las gestas de los navegantes que demostraron la redondez de la Tierra y la literatura contribuyó a la expansión del mito. 

Washington Irving
Fotografía de Mathew B. Brady, 1861
Dominio público: Wikimedia Commons
En 1828 se publicó la biografía novelada de Colón que el escritor Washington Irving (1783-1859) tituló Life and Voyages of Christopher Colombus. En ella retrata una sociedad en la que predomina el celo religioso frente a la ciencia, como muestra con la escena en la que el proyecto de Colón es rebatido por algunos de los prelados del Consejo de Salamanca con citas de San Agustín, Lactancio y pasajes de la Biblia. 

Según el historiador Jeffrey Burton Russell, el éxito de esta obra hizo que se difundiera el mito de la creencia medieval en la Tierra plana, cuyo origen se ha situado, además, en el marco de la hostilidad de los protestantes hacia los católicos y las ideas modernistas que emigrantes católicos europeos, ya durante el siglo XIX, llevarían a América, frente a las doctrinas protestantes fundamentalistas. 

Sin duda, en el siglo XIX el anticlericalismo se instaló fuertemente al ver a la Iglesia y la religión como los grandes enemigos del progreso, y eruditos que gozaban de gran prestigio como William Whewell (1794-1866), John William Draper (1811-1882) o Andrew Dickson White (1832-1918), entre muchos otros, expandieron definitivamente el mito.

Whewell, reverendo anglicano, fue filósofo, científico e historiador de la ciencia que utilizó los argumentos de Lactancio y Cosmas Indicopleustes como ejemplos de lo que habría sido la postura oficial en el Medievo. En su obra History of the Inductive Sciences (1837) mostraba con ellos la oposición de la Iglesia al progreso científico.

John William Draper
Fotografía de Edward Bierstadt, ca. 1879
Dominio público: Wikimedia Commons
Por supuesto, Draper, historiador y científico estadounidense, culpó a la Iglesia de la existencia de un conflicto histórico entre ciencia y religión, exponiendo que ceñirse a las Sagradas Escrituras había impedido el avance intelectual y científico. Su obra The History of the Conflict between Religion and Science, publicada en 1874, fue ampliamente difundida, pero en realidad, la obra de Draper es un verdadero discurso anticlerical y anticatólico.

También el estadounidense White presentó a Lactancio y a Cosmas en su A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom (1896) como los representantes del terraplanismo en la Edad Media.

Lo cierto es que a finales del siglo XIX, la idea de una errónea cosmovisión medieval se había propagado y se siguió transmitiendo como si fuera una verdad histórica.

CONCLUSIONES

1- El legado clásico pasó a la Edad Media y la noción de la esfericidad terrestre se siguió transmitiendo. No hubo un vacío intelectual entre la Antigüedad clásica y el Renacimiento. El pensamiento cristiano heredó y mantuvo la idea de la redondez de la Tierra y en los principales centros culturales del mundo islámico se traducían al árabe los antiguos textos griegos. Mientras tanto, en el mundo cristiano, las concepciones erróneas de algunos religiosos fueron casos aislados y más próximos a la interpretación literal de las Sagradas Escrituras, pero la Iglesia no enseñaba que la Tierra fuese plana. 

2- Los marineros no tenían miedo de caer por ningún abismo. Sabían que la superficie de la Tierra era curva porque desde los barcos veían surgir las montañas cuando se acercaban a ellas y porque lo primero que veían de otros navíos que se aproximaban era el extremo más alto del mástil. Como atestigua el diario de Colón, lo que temían los marinos era que, puesto que el viaje estaba siendo más largo de lo que les había dicho, no pudieran hacer el viaje de vuelta si el viento seguía soplando hacia el Oeste.

3- La Iglesia no entorpeció el avance cultural y científico. Al contrario. Fomentó la cultura y la investigación. Su interés en la filosofía natural (ciencias naturales) provenía de su interés por entender la obra de Dios. La filosofía natural se convirtió en un importante complemento al servicio de la teología para entender la creación divina y esto espoleó los estudios científicos. Muchos historiadores de la ciencia actuales consideran que los franciscanos a la cabeza de las escuelas de Oxford, París y Bolonia fueron los precursores de la ciencia experimental moderna y que el desarrollo de la “revolución científica” se basó en las contribuciones de los eruditos altomedievales.

Los decimonónicos elevaron a Lactancio y a Cosmas como representantes de la cosmovisión medieval, generalizando unas ideas que, en realidad, no habían tenido repercusión. Recordemos, además, que Cosmas Indicopleustes escribió en griego su Topografía Cristiana y que no fue hasta 1706 cuando este texto se tradujo al latín, por lo que su visión de la Tierra como tabernáculo no pudo influir en la Edad Media.

La versión de una discusión entre Colón y los sabios de Salamanca se divulgó ampliamente. Sin embargo, los informes escritos por Hernando Colón (hijo de Colón) y Bartolomé de las Casas muestran que los hombres que se reunieron con el navegante no sólo sabían sobre la forma de la Tierra, sino que le avisaron de que su circunferencia era mayor de lo que él creía y de que el viaje le llevaría más tiempo de lo que pensaba. Ciertamente, Colón, basándose en datos de Ptolomeo, Toscanelli y Pierre d’Ailly, se equivocó con respecto a la extensión oceánica y la circunferencia terrestre, pero no tuvo que defender su esfericidad.

4- La gesta de Colón no demostró que la Tierra era redonda, sino que había tierras en esa parte del mundo y que estaban habitadas


El globo terráqueo de Martin Behaim
Friedrich Wanderer
Die Stadt Nürnberg als Bewahrerin der Reichskleinodien (detalle)
1895-1901 
Dominio público: Wikimedia Commons

Globo de Martin Behaim, 1492 (antes del descubrimiento de América)
Germanisches Nationalmuseum (Nuremberg)
Imagen bajo licencia CC BY-SA 4.0
Fuente: Wikimedia Commons



BIBLIOGRAFÍA

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09 julio 2023

LA TIERRA ES PLANA, LA TIERRA ES REDONDA (1ª PARTE)

PREMISAS

  1. Los medievales creían que la Tierra era plana, ya que no se recuperó el saber grecorromano hasta el Renacimiento.
  2. Los marineros tenían miedo de precipitarse al vacío si llegaban a los límites de la Tierra.
  3. La Iglesia entorpecía el avance cultural y científico. Colón tuvo que defender ante los eclesiásticos de la Junta de Salamanca (encargada de valorar su proyecto) la esfericidad del mundo. 
  4. Con los viajes de Colón se demostró que la Tierra era redonda.

Emanuel Leutze. Cristóbal Colón ante el Consejo de Salamanca. 
Dominio público: Wikimedia Commons

¿Alguna vez has oído una de estas afirmaciones? Como verás, todas están relacionadas con la idea de que en la Edad Media creían que la Tierra era plana, pero ninguna refleja la realidad de la época, ninguna es verdad. Sin embargo, esa idea sobre la sociedad medieval todavía persiste en el imaginario popular por la difusión que se ha hecho durante años a través de libros de texto, novela histórica, cine y televisión. Afortunadamente, hay muchos estudios que han desmentido la existencia de una visión terraplanista en aquella época. 

La cuestión es: ¿cuándo y cómo se gestó este mito?, ¿quiénes hicieron creer que en aquella época ignoraban la esfericidad de la Tierra? Para llegar hasta aquí, primero debemos saber cuál era el panorama cultural y comprobar que el Medievo heredó unos antiguos conocimientos. 

ANTECEDENTES: COSMOVISIONES EN LA ANTIGÜEDAD

Sabemos que a partir de la observación del mundo físico y de los fenómenos naturales los filósofos griegos dedujeron la forma de la Tierra. A ello se le sumaba el trabajo doxográfico que los sabios acostumbraban a hacer, así como más tarde harían los eruditos medievales en la tarea de recopilar los estudios de pensadores anteriores y comentarlos en una nueva obra.

El universo según Aristóteles
Imagen: Nicolas Eynaud. Trabajo propio
Bajo licencia: CC BY-SA 4.0

Los antiguos griegos concebían un universo esférico donde la Tierra ocupaba el centro de manera inmóvil. Los principios cosmológicos más aceptados eran el geocentrismo, el geoestatismo, la uniformidad de los movimientos celestes que orbitaban en círculo, la perfección de la figura geométrica de la esfera y la importancia de los cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua, que eran la esencia y el origen de todas las cosas. También se gestó la teoría de las antípodas para referirse a las posibles tierras habitadas en el Sur del planeta y diametralmente opuestas a la ecúmene o tierras habitadas que conocían: Europa, Asia y África.

Fue en el siglo VI a.C. cuando los filósofos de Mileto comenzaron a tratar de explicar la realidad y la estructura del universo desde una visión naturalista (basada en la physis), configurando teorías matemáticas, físicas y astronómicas en la consideración de un cosmos limitado por una esfera donde se hallaban fijas las estrellas.

La búsqueda de explicaciones naturalistas llevó al filósofo Tales a creer que el origen de la vida radicaba en el agua y que, por tanto, en medio de un inmenso océano flotaba una isla plana y redonda, la Tierra. En cambio, para Anaximandro (610-546 a.C.), la Tierra, que era un cuerpo cilíndrico, flotaba en el espacio sin apoyarse en nada. Pensó que si veía salir y ponerse el Sol cada día, éste debía dar la vuelta bajo el mismo cielo que veía por encima. Es decir, bajo la Tierra había cielo y éste era el espacio en el que flotaba. 

A partir de esa nueva noción cosmológica (la Tierra flotaba en medio del espacio), la idea de esfericidad comenzaría su camino. La primera referencia a este asunto la encontramos en el Fedon de Platón, ya que en un diálogo con Simmias, Sócrates le cuenta lo que se imagina y lo que sabe acerca de la Tierra, por lo que le han contado. Observamos así que la descripción de la forma de la Tierra y del universo aparece como algo ya divulgado, como un eco cuyo origen atribuyeron varios autores de la Antigüedad a la escuela pitagórica.

Por su parte, Platón (ca. 428-347 a.C.) creía que « el Demiurgo dio al mundo la forma de esfera y puso por todas partes los extremos a igual distancia del centro, prefiriendo así la más perfecta de las figuras».

Su obra Timeo ejerció una gran influencia posterior en el mundo occidental gracias a su traducción al latín por Calcidio (ca. 320 d.C.). Pero había algo que inquietaba a Platón. Se preguntó por qué, si el cosmos era orden, armonía y perfección, la trayectoria de algunos cuerpos celestes no era uniforme. ¿Cómo se podían explicar los irregulares movimientos de los planetas? A este respecto, Eudoxo de Cnido (ca. 400-355 a.C.) creó la teoría de las esferas homocéntricas, tratando de esclarecer así el movimiento planetario.

Sin embargo, será Aristóteles (384-322 a.C.) quien en su De caelo teorice extensamente, en cuatro libros, sobre la estructura y el funcionamiento del universo, aduciendo leyes físicas sobre el movimiento de los cuerpos celestes. En el libro II de su obra, la redondez de la Tierra quedaba demostrada por argumentos empíricos tales como la observación de la sombra que ésta proyectaba sobre la luna durante los eclipses lunares o la visibilidad y no visibilidad de ciertas estrellas desde diferentes latitudes.

Tampoco podemos dejar de citar a Aristarco de Samos (310-230 a.C.), Apolonio de Perge (262-190 a.C), Hiparco de Nicea (190-120 a.C.) o Eratóstenes de Cirene (ca. 276-197 a.C.), quien calculó la circunferencia de la Tierra y la inclinación de su eje con bastante exactitud.

Más tarde, Claudio Ptolomeo (ca. 100-170 d.C.) equivocaría los cálculos y reduciría la medida del meridiano con respecto a la de Eratóstenes. No obstante, su obra Almagesto, escrita en griego, representaría la compilación más importante de la astronomía matemática donde postulaba que la Tierra era redonda, consagraba el modelo geocéntrico y geoestático terrestre, y concretaba el concepto de retrogradación de los planetas en la teoría de los epiciclos.

DURANTE LA TARDOANTIGÜEDAD

Emperador romano con orbe en la mano derecha
Detalle de un "mapa de carreteras" del Imperio.
Tabula Peutingeriana, siglo IV

ImagenBibliotheca Augustana

La redondez de la Tierra era aceptada y la cultura romana la admitió sin problemas. El concepto se transmitiría a través de obras enciclopédicas como la de Plinio el Viejo (ca. 23-79), quien en su Naturalis Historia alude a la Tierra como "orbis terrarum",  y de las artes liberales en la enseñanza.

Si bien en la época de transición a la Edad Media surgieron algunas voces disonantes, las críticas radicaron, básicamente, sobre teorías como la existencia de tierras en el hemisferio Sur donde habitarían los antípodas.
Debemos destacar en este punto a Lactancio (ca. 245-315), quien en su obra De divinis institutionibus escribió: « ¿Son razonables esos que sostienen que hay antípodas? ¿Hay alguien tan necio que crea que hay antípodas con los pies opuestos a los nuestros; gente que anda con los talones hacia arriba y la cabeza hacia abajo; que hay una parte del mundo en que todas las cosas están al revés, donde los árboles crecen con las ramas hacia abajo y donde llueve, graniza y nieva hacia arriba? [...]».

Gautier de Metz. L'Image du monde. Copia s. XIV
Dominio público: Wikimedia Commons

Con perplejidad se mostró también
San Agustín de Hipona (354-430) en su De Civitate Dei al parecerle inverosímil que algunos hombres hubieran podido navegar los océanos y llegado hasta la parte diametralmente opuesta del planeta. San Agustín puso en duda la existencia de los antípodas, pero nunca la esfericidad. Además se refería a la Tierra como “globosa moles” en su De Genesi ad litteram, mientras que San Ambrosio de Milán (340-397) se refirió al mundo como “globo inmóvil” en su Hexaemeron.

La concepción de la forma terráquea pasó a la cultura escolar romana y numerosos eruditos romanos propagaron dicha imagen, como Macrobio (ca. 390-430) al referirse a la Tierra como esfera y representarla en mapas esquemáticos en su Commentarii in Ciceronis Somnium Scipionis, o Marciano Capella (ca. 360-428) y su De nuptiis Fihilologiae et Mercurii, texto que sería pródigamente copiado durante el renacimiento carolingio.

COSMOVISIONES MEDIEVALES

Hacia el año 547, un mercader llamado Cosmas Indicopleustes escribió en griego una obra que en latín se tituló Topographia Christiana, donde planteaba un mundo plano y rectangular cubierto por una bóveda de cañón.

Para explicar la sucesión de los días y las noches en una Tierra plana, expuso que en el extremo norte del mundo existía una enorme montaña y que durante la noche el sol ascendía y pasaba por detrás de ella y se ocultaban alternativamente, día tras día, el sol y la luna. 

El mundo en forma de tabernáculo según Cosmas Indicopleustes
Dominio público: Wikimedia Commons

Sin embargo, debemos entender su escrito en el contexto social de la época y de la función religiosa que pretendía desempeñar, pues no en vano estaba dedicado a aquellos cristianos que creían en la afirmación pagana de la esfericidad. No obstante, sus planteamientos no afectaron a la cosmovisión dominanteAl igual que ocurrió con las ideas de Lactancio, no reflejaban el pensamiento medieval generalizado ni tuvieron repercusión. En realidad, Cosmas permaneció ignorado y sin traducir al latín hasta 1706, y en griego no fue apenas copiado.

Por la misma época, el erudito alejandrino Juan Filópono (490-570) defendía la esfericidad del planeta y criticaba en su De opificio mundi el modelo de Cosmas, aunque todavía se darían trabajos de una enorme influencia posterior.

Mapamundi tripartito de "T en O"
Isidoro de Sevilla. Etimologías, s. VII
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En la Hispania visigoda, Isidoro de Sevilla (570-636) fue el artífice de la gran enciclopedia medieval con sus Etymologiae donde incluía el dibujo de un mapamundi de «T en O» en el que se visualizan las tres partes conocidas del mundo. Tanto en esta obra como en su De Natura Rerum ratificaba la teoría de la esfericidad de la Tierra.

Su homólogo en Britania, Beda el Venerable (ca. 675-735), desarrolló igualmente un extenso trabajo de capital importancia. Es conocido por elaborar cronologías y cómputos calendáricos (terrestres, astronómicos y litúrgicos) en sus obras De temporibus liber y De temporum ratione. En ellas incluyó un nuevo cálculo de la edad de la Tierra y propuso la división de la era cristiana en “antes y después de Cristo”. Pero además, en su De natura rerum, afirmaba que «la circunferencia de la tierra representa la figura de un globo perfecto», y dejaba claro el significado de la esfericidad: «la Tierra es un orbe situado en el centro del universo […], no circular como un escudo, sino esférica como una bola que se extiende desde su centro con redondez perfecta por todos lados».

Macrobio. Comentario al Sueño de Escipión. Copia s. XII
Zonas climáticas: zonas frígidas (los polos), 
templadas en azul y la zona tórrida en rojo.
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Por tanto, si bien pudiera parecer que algunos autores se referían a una redondez plana, como una rueda o un disco, no cabían dudas cuando la definían como 
globus o sphaera. Con todo, en muchos trabajos asimilaron su forma a una manzana, un huevo o una bola para una total aclaración, aunque también se evidenciaba en el arte, en las esferas armilares y la cartografía. En el caso de los mapamundis, el problema es que no sabían cómo dibujar la tridimensionalidad de la esfera en plano.

La imagen del globo terráqueo siempre estuvo presente y numerosos intelectuales quisieron calcular su perímetro, como Juan Escoto Erígena (ca. 810-877) o el papa Silvestre II (935-1003).

Asimismo, se realizaban estudios sobre los eclipses, las mareas, los seísmos y los fenómenos atmosféricos. Los temas de debate eran los relativos al centro del planeta, la disposición de los cuatro elementos y la existencia de antípodas y su habitabilidad teniendo en cuenta las distintas zonas climáticas de la Tierra y que una de ellas era la zona tórrida del ecuador. ¿Cómo alguien podría haber atravesado la zona de clima abrasador? ¿Cómo podrían ser habitables las antípodas?

En cuanto al mundo islámico, fue durante su Edad de Oro, entre los siglos VIII y XIII, cuando se irradió el saber antiguo en su imperio hasta Occidente, junto a su propia producción filosófica y científica, a través de la circulación de textos traducidos al árabe. La necesidad de conocimientos astronómicos para la práctica de su religión les impulsó a la búsqueda del saber clásico y su cosmología se basó en los principios aristotélicos y ptolemaicos que dominaron la cosmovisión medieval. 
En todo este proceso fue clave la Casa de la Sabiduría, en Bagdad, donde traductores sirios (cristianos grecoparlantes) traducían textos griegos, persas e indios al siríaco y luego al árabe, así como la labor de la Escuela de Traductores de Toledodonde las traducciones y comentarios de las obras de 
Profesor con esfera armilar
Bartolomeus Anglicus. De proprietatibus rerum, 1240
(Le livre des propriétés des choses, 1372)
Fitzwilliam Museum, Cambridge. Ms. 251, fol. 133r
Aristóteles y Ptolomeo se multiplicaban. En este ámbito desarrollaron una importantísima labor lingüistas como Adelardo de Bath (ca. 1080-1150), que tradujo al latín obras de importantes astrónomos y matemáticos persas; Gerardo de Cremona (1114-1187) que tradujo el Almagesto del árabe al latín, entre otros muchos manuscritos, o Miguel Escoto (ca. 1175-1230) que hizo lo propio con obras de los andalusíes Alpetragio (al-Bitruyi) y Averroes (Ibn Rushd).

Los escolásticos impulsaron también la difusión del saber clásico en las universidades. En ellas se transmitían los conocimientos de la filosofía natural, a lo que se sumarán los cambios acaecidos por los franciscanos y su apología del método experimental.



BIBLIOGRAFÍA

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