09 septiembre 2023

LA TIERRA ES PLANA, LA TIERRA ES REDONDA (2ª PARTE)


Dios creando el universo
Ilustración de una biblia moralizada, s. XIII
Codex Vindobonenesis, 2554
Dominio público: Wikimedia Commons 


IMAGO MUNDI

A partir del siglo XI, el desarrollo de las universidades en diversas ciudades europeas significó el intercambio de conocimientos entre profesores de las distintas instituciones, la investigación y la difusión de las ciencias clásicas. 
Iluminación de Laurentius de Voltolina 
Liber ethicorum des Henricus de Alemannia, s. XIV
Dominio público: Wikimedia Commons
De esta manera, los argumentos acerca de la esfericidad de la Tierra pasaron a miles de estudiantes y la amplia inclusión de obras sobre filosofía natural hizo que entre los años 1200 y 1500 se tuviera acceso, como nunca antes se había tenido en la cristiandad, a materiales científicos. Bolonia, Oxford, París y Salamanca se convirtieron en las principales receptoras de cultura europeas, y fruto del intercambio y del debate se inició un importante cambio epistemológico. El interés de los pensadores cristianos medievales por el mundo natural dio como resultado importantes contribuciones en los campos de la física, lógica, óptica, mecánica, geografía, geometría, álgebra y cosmografía. Si bien la teología se consideraba fundamental, no otorgaba certezas, por lo que se produjo una renovación del pensamiento y la práctica epistemológica, sometiendo el
corpus aristotelicum a la crítica y a nuevos métodos de estudio. Ahora se buscaba la verificación matemática de los fenómenos de la naturaleza.

En este contexto destacó el franciscano inglés Robert Grosseteste (ca. 1175-1253) que, además de traducir y comentar obras de Aristóteles, aplicó las matemáticas a las ciencias físicas y produjo importantes trabajos de teología, física, astronomía y óptica.

Escultura de Roger Bacon
Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford
Imagen bajo licencia: CC BY-SA 3.0
Su discípulo, Roger Bacon (1214-1292), siguiendo su estela, subrayó la importancia del método experimental y escribió una gran obra titulada Opus Maius que entregó al Papa Clemente IV. Además de sostener la teoría de la esfericidad de la Tierra y que el recorrido que hacía el Sol por la línea de la eclíptica ocasionaba los diferentes climas del planeta, afirmó que el hemisferio sur del planeta estaba habitado, al igual que hizo Alberto Magno (ca. 1200-1280) en su De natura locorum.

También Tomás de Aquino (1225-1274) en su Summa Theologica declaraba la esfericidad terrestre, pero además, para Santo Tomás, un mismo elemento de estudio podía ser abordado desde diferentes ámbitos, por lo que la redondez de la Tierra podía ser demostrada tanto desde resultados matemáticos como físicos. Al fin y al cabo las diferentes ciencias requerían diferentes métodos de actuación y todas eran válidas para la demostración de la verdad sobre una misma cuestión.

En las universidades se estudiaban, sobre todo, las obras de Aristóteles y Ptolomeo, que servían a otros eruditos para escribir tratados astronómicos, entre los que destacó por su enorme influencia el del monje británico Johannes de Sacrobosco (1195-1256), profesor en la Universidad de París. Su obra, De Sphaera Mundi, escrita en la primera mitad del siglo XIII, se convirtió en un libro de texto básico para la enseñanza de astronomía. Sacrobosco conjugó las ideas esenciales de la cosmología aristotélica y de la astronomía matemática ptolemaica, elaborando un manual introductorio a la ciencia astronómica como parte del Quadrivium. Se consideró de lectura obligatoria e indispensable para alcanzar el título de bachiller en muchas universidades europeas. Se sucedieron las traducciones, la imprenta aumentó su difusión y se siguió utilizando como manual hasta finales del siglo XVII.

También en la Universidad de París destacó Jean Buridan (ca. 1293-1358), que revolucionó la física medieval y posibilitó futuros descubrimientos con su teoría del ímpetus. Buridan explicó el movimiento de las esferas celestes al margen de la teoría aristotélica y en cuanto a la esfera terrestre, sostuvo que una parte de ésta estaba cubierta por agua y, por tanto, era densa y pesada, mientras que la parte que sobresalía del agua, alterada por el aire y el calor del sol, era más ligera.

Nicolás Oresme en su escritorio al lado de una esfera armilar
Traité de la sphère; Aristote, De caelo et de mundo
Ilustración, ca. 1410
Dominio público: Wikimedia Commons

Uno de sus discípulos, Nicolás Oresme (ca. 1323-1382), planteó en su Livre du ciel et du monde que la Tierra giraba sobre sí misma y no el cielo (haciendo de ello el aparente movimiento de los astros). Al parecer, su investigación sobre las esferas celestes sobrevino de sus estudios sobre el movimiento y la velocidad de los objetos, e introdujo la representación gráfica del movimiento uniformemente acelerado. Por el uso del método geométrico para dicha representación ha sido considerado por algunos estudiosos como precursor de Descartes y de la geometría analítica. Asimismo, ha sido reconocido como uno de los grandes personajes de la ciencia debido a sus contribuciones al estudio del movimiento de la Tierra y de los fenómenos celestes, equiparándolo a Nicolás Copérnico.

Pero no sólo los polímatas eclesiásticos escribieron acerca del tema. La idea de la redondez de la Tierra estaba presente en libros como la Divina Comedia de Dante (1265-1321), donde describe en varias ocasiones el mundo como una esfera, o el Libro de las maravillas del mundo o Viajes a Tierra Santa y al Paraíso Terrenal (ca.1370), que fue uno de los libros más leídos en Europa entre los siglos XIV y XVI.

En definitiva, el planeta era un globo y así se plasmó también en la representación del poder temporal y del poder divino: el orbe era el símbolo por excelencia de la soberanía de la realeza y de Cristo.

Otón II con orbe y cetro
Miniatura en el Registrum Gregorii, s. X
Dominio público: Wikimedia Commons
Cristo con orbe
Antonello da Messina, 1477
Panel del políptico en:
Santuario dell’Annunziata, Ficarra, Sicilia (Italia)
Dominio públicoWikimedia Commons












En el siglo XV continuaron los trabajos que describían el mundo esférico y se añadían aquellos que mostraban los conocimientos geográficos de la época: la Tabla Oceánica de Toscanelli (1474), Historia rerum ubique gestarum (publicada en 1477) del Papa Pío II, o Imago Mundi (impresa por primera vez en 1483) del eclesiástico Pierre d’Ailly. Estas obras se harían muy populares y llegarían a varios exploradores y navegantes, entre ellos, a Cristóbal Colón.

EL MITO

Ya hemos visto que en el Medievo sabían perfectamente que la Tierra era un globo. Entonces, ¿cómo ha llegado hasta nuestros días que en aquella época pensaban que era plana?

El origen de esta falacia se halla en el siglo XIX, cuando los intelectuales se creían en una superioridad histórico-cultural en el contexto de las corrientes positivistas y evolucionistas inscritas en una sociedad industrializada. En ese clima filosófico y social surgieron las publicaciones apologéticas del progreso para exponer que una civilización moderna debía basarse en la racionalidad y la ciencia, y que sólo las propuestas científicas hacían posible el avance de una sociedad, algo que contrastaba claramente con la época del Medievo. En este marco mental surgió la teoría del conflicto histórico entre ciencia y religión, atribuyendo a la Iglesia católica la promulgación de la noción de la planitud de la Tierra. En definitiva, se popularizó la idea de que la Iglesia había obstaculizado siempre el desarrollo científico y que fue a partir del Renacimiento y la “revolución científica” cuando se pudo pasar del oscurantismo medieval a una cultura moderna. Otros historiadores destacaron que el paso a la modernidad se dio gracias a las gestas de los navegantes que demostraron la redondez de la Tierra y la literatura contribuyó a la expansión del mito. 

Washington Irving
Fotografía de Mathew B. Brady, 1861
Dominio público: Wikimedia Commons
En 1828 se publicó la biografía novelada de Colón que el escritor Washington Irving (1783-1859) tituló Life and Voyages of Christopher Colombus. En ella retrata una sociedad en la que predomina el celo religioso frente a la ciencia, como muestra con la escena en la que el proyecto de Colón es rebatido por algunos de los prelados del Consejo de Salamanca con citas de San Agustín, Lactancio y pasajes de la Biblia. 

Según el historiador Jeffrey Burton Russell, el éxito de esta obra hizo que se difundiera el mito de la creencia medieval en la Tierra plana, cuyo origen se ha situado, además, en el marco de la hostilidad de los protestantes hacia los católicos y las ideas modernistas que emigrantes católicos europeos, ya durante el siglo XIX, llevarían a América, frente a las doctrinas protestantes fundamentalistas. 

Sin duda, en el siglo XIX el anticlericalismo se instaló fuertemente al ver a la Iglesia y la religión como los grandes enemigos del progreso, y eruditos que gozaban de gran prestigio como William Whewell (1794-1866), John William Draper (1811-1882) o Andrew Dickson White (1832-1918), entre muchos otros, expandieron definitivamente el mito.

Whewell, reverendo anglicano, fue filósofo, científico e historiador de la ciencia que utilizó los argumentos de Lactancio y Cosmas Indicopleustes como ejemplos de lo que habría sido la postura oficial en el Medievo. En su obra History of the Inductive Sciences (1837) mostraba con ellos la oposición de la Iglesia al progreso científico.

John William Draper
Fotografía de Edward Bierstadt, ca. 1879
Dominio público: Wikimedia Commons
Por supuesto, Draper, historiador y científico estadounidense, culpó a la Iglesia de la existencia de un conflicto histórico entre ciencia y religión, exponiendo que ceñirse a las Sagradas Escrituras había impedido el avance intelectual y científico. Su obra The History of the Conflict between Religion and Science, publicada en 1874, fue ampliamente difundida, pero en realidad, la obra de Draper es un verdadero discurso anticlerical y anticatólico.

También el estadounidense White presentó a Lactancio y a Cosmas en su A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom (1896) como los representantes del terraplanismo en la Edad Media.

Lo cierto es que a finales del siglo XIX, la idea de una errónea cosmovisión medieval se había propagado y se siguió transmitiendo como si fuera una verdad histórica.

CONCLUSIONES

1- El legado clásico pasó a la Edad Media y la noción de la esfericidad terrestre se siguió transmitiendo. No hubo un vacío intelectual entre la Antigüedad clásica y el Renacimiento. El pensamiento cristiano heredó y mantuvo la idea de la redondez de la Tierra y en los principales centros culturales del mundo islámico se traducían al árabe los antiguos textos griegos. Mientras tanto, en el mundo cristiano, las concepciones erróneas de algunos religiosos fueron casos aislados y más próximos a la interpretación literal de las Sagradas Escrituras, pero la Iglesia no enseñaba que la Tierra fuese plana. 

2- Los marineros no tenían miedo de caer por ningún abismo. Sabían que la superficie de la Tierra era curva porque desde los barcos veían surgir las montañas cuando se acercaban a ellas y porque lo primero que veían de otros navíos que se aproximaban era el extremo más alto del mástil. Como atestigua el diario de Colón, lo que temían los marinos era que, puesto que el viaje estaba siendo más largo de lo que les había dicho, no pudieran hacer el viaje de vuelta si el viento seguía soplando hacia el Oeste.

3- La Iglesia no entorpeció el avance cultural y científico. Al contrario. Fomentó la cultura y la investigación. Su interés en la filosofía natural (ciencias naturales) provenía de su interés por entender la obra de Dios. La filosofía natural se convirtió en un importante complemento al servicio de la teología para entender la creación divina y esto espoleó los estudios científicos. Muchos historiadores de la ciencia actuales consideran que los franciscanos a la cabeza de las escuelas de Oxford, París y Bolonia fueron los precursores de la ciencia experimental moderna y que el desarrollo de la “revolución científica” se basó en las contribuciones de los eruditos altomedievales.

Los decimonónicos elevaron a Lactancio y a Cosmas como representantes de la cosmovisión medieval, generalizando unas ideas que, en realidad, no habían tenido repercusión. Recordemos, además, que Cosmas Indicopleustes escribió en griego su Topografía Cristiana y que no fue hasta 1706 cuando este texto se tradujo al latín, por lo que su visión de la Tierra como tabernáculo no pudo influir en la Edad Media.

La versión de una discusión entre Colón y los sabios de Salamanca se divulgó ampliamente. Sin embargo, los informes escritos por Hernando Colón (hijo de Colón) y Bartolomé de las Casas muestran que los hombres que se reunieron con el navegante no sólo sabían sobre la forma de la Tierra, sino que le avisaron de que su circunferencia era mayor de lo que él creía y de que el viaje le llevaría más tiempo de lo que pensaba. Ciertamente, Colón, basándose en datos de Ptolomeo, Toscanelli y Pierre d’Ailly, se equivocó con respecto a la extensión oceánica y la circunferencia terrestre, pero no tuvo que defender su esfericidad.

4- La gesta de Colón no demostró que la Tierra era redonda, sino que había tierras en esa parte del mundo y que estaban habitadas


El globo terráqueo de Martin Behaim
Friedrich Wanderer
Die Stadt Nürnberg als Bewahrerin der Reichskleinodien (detalle)
1895-1901 
Dominio público: Wikimedia Commons

Globo de Martin Behaim, 1492 (antes del descubrimiento de América)
Germanisches Nationalmuseum (Nuremberg)
Imagen bajo licencia CC BY-SA 4.0
Fuente: Wikimedia Commons



BIBLIOGRAFÍA

Aguiar Aguilar, Maravillas. “Modelos cosmológicos medievales”. Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, 1995, núm. 14, pp. 7-15.

García Castillo, Pablo. “Colón y la Ciencia en la universidad de Salamanca”. Revista de Estudios: Monográfico: Salamanca y Colón. 2006, núm. 54, pp. 25-44.

Gómez Martínez, Marta. Claves didácticas en un manual de astronomía: De Sphaera Mundi de Sacrobosco. Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad. 2013, núm. 135, pp. 39-58.

Irving, Washington. The Life and Voyages of Christopher ColumbusNueva York: G. & G. Carvill, 1828.

Martín Prieto, Pablo. “La tierra plana en la Edad Media: un mito contemporáneo”. Espacio, Tiempo y Forma. Serie III Historia Medieval, 2022, núm. 35, pp. 391-414.

Molina Marín, Antonio Ignacio. “La geografía bizantina: Cosmas Indicopleustes”. Antigüedad y cristianismo: Revista de Estudios sobre Antigüedad Tardía, 2010, núm. 27, pp. 409-422.

Numbers, Ronald L. Galileo fue a la cárcel y otros mitos acerca de la ciencia y la religión. Barcelona: Ediciones de Intervención Cultural, 2010.

Páez-Kano, José Rubén. La esfera de la tierra plana medieval como invención del siglo XIX. Jalisco: ITESO, 2003.

Patriarca, Giovanni.  “La metodología científica de la Escolástica Tardía. De la Escuela Franciscana a la vía moderna”. Carthaginensia, 2017, núm. 63, pp. 91-108.

Rovelli, Carlo. El nacimiento del pensamiento científico: Anaximandro de Mileto. Barcelona: Herder, 2018.

Sáenz-López Pérez, Sandra. “Desmontando mitos sobre la tierra en la Edad Media”. Cuadernos del CEMYR, 2020, núm. 28, pp. 69-96.

Sanz Hermida, José María. “La cartografía en la época de Colón”. Revista de Estudios: Monográfico: Salamanca y Colón. 2006, núm. 54, pp. 57-84.





No hay comentarios:

Publicar un comentario