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09 julio 2023

LA TIERRA ES PLANA, LA TIERRA ES REDONDA (1ª PARTE)

PREMISAS

  1. Los medievales creían que la Tierra era plana, ya que no se recuperó el saber grecorromano hasta el Renacimiento.
  2. Los marineros tenían miedo de precipitarse al vacío si llegaban a los límites de la Tierra.
  3. La Iglesia entorpecía el avance cultural y científico. Colón tuvo que defender ante los eclesiásticos de la Junta de Salamanca (encargada de valorar su proyecto) la esfericidad del mundo. 
  4. Con los viajes de Colón se demostró que la Tierra era redonda.

Emanuel Leutze. Cristóbal Colón ante el Consejo de Salamanca. 
Dominio público: Wikimedia Commons

¿Alguna vez has oído una de estas afirmaciones? Como verás, todas están relacionadas con la idea de que en la Edad Media creían que la Tierra era plana, pero ninguna refleja la realidad de la época, ninguna es verdad. Sin embargo, esa idea sobre la sociedad medieval todavía persiste en el imaginario popular por la difusión que se ha hecho durante años a través de libros de texto, novela histórica, cine y televisión. Afortunadamente, hay muchos estudios que han desmentido la existencia de una visión terraplanista en aquella época. 

La cuestión es: ¿cuándo y cómo se gestó este mito?, ¿quiénes hicieron creer que en aquella época ignoraban la esfericidad de la Tierra? Para llegar hasta aquí, primero debemos saber cuál era el panorama cultural y comprobar que el Medievo heredó unos antiguos conocimientos. 

ANTECEDENTES: COSMOVISIONES EN LA ANTIGÜEDAD

Sabemos que a partir de la observación del mundo físico y de los fenómenos naturales los filósofos griegos dedujeron la forma de la Tierra. A ello se le sumaba el trabajo doxográfico que los sabios acostumbraban a hacer, así como más tarde harían los eruditos medievales en la tarea de recopilar los estudios de pensadores anteriores y comentarlos en una nueva obra.

El universo según Aristóteles
Imagen: Nicolas Eynaud. Trabajo propio
Bajo licencia: CC BY-SA 4.0

Los antiguos griegos concebían un universo esférico donde la Tierra ocupaba el centro de manera inmóvil. Los principios cosmológicos más aceptados eran el geocentrismo, el geoestatismo, la uniformidad de los movimientos celestes que orbitaban en círculo, la perfección de la figura geométrica de la esfera y la importancia de los cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua, que eran la esencia y el origen de todas las cosas. También se gestó la teoría de las antípodas para referirse a las posibles tierras habitadas en el Sur del planeta y diametralmente opuestas a la ecúmene o tierras habitadas que conocían: Europa, Asia y África.

Fue en el siglo VI a.C. cuando los filósofos de Mileto comenzaron a tratar de explicar la realidad y la estructura del universo desde una visión naturalista (basada en la physis), configurando teorías matemáticas, físicas y astronómicas en la consideración de un cosmos limitado por una esfera donde se hallaban fijas las estrellas.

La búsqueda de explicaciones naturalistas llevó al filósofo Tales a creer que el origen de la vida radicaba en el agua y que, por tanto, en medio de un inmenso océano flotaba una isla plana y redonda, la Tierra. En cambio, para Anaximandro (610-546 a.C.), la Tierra, que era un cuerpo cilíndrico, flotaba en el espacio sin apoyarse en nada. Pensó que si veía salir y ponerse el Sol cada día, éste debía dar la vuelta bajo el mismo cielo que veía por encima. Es decir, bajo la Tierra había cielo y éste era el espacio en el que flotaba. 

A partir de esa nueva noción cosmológica (la Tierra flotaba en medio del espacio), la idea de esfericidad comenzaría su camino. La primera referencia a este asunto la encontramos en el Fedon de Platón, ya que en un diálogo con Simmias, Sócrates le cuenta lo que se imagina y lo que sabe acerca de la Tierra, por lo que le han contado. Observamos así que la descripción de la forma de la Tierra y del universo aparece como algo ya divulgado, como un eco cuyo origen atribuyeron varios autores de la Antigüedad a la escuela pitagórica.

Por su parte, Platón (ca. 428-347 a.C.) creía que « el Demiurgo dio al mundo la forma de esfera y puso por todas partes los extremos a igual distancia del centro, prefiriendo así la más perfecta de las figuras».

Su obra Timeo ejerció una gran influencia posterior en el mundo occidental gracias a su traducción al latín por Calcidio (ca. 320 d.C.). Pero había algo que inquietaba a Platón. Se preguntó por qué, si el cosmos era orden, armonía y perfección, la trayectoria de algunos cuerpos celestes no era uniforme. ¿Cómo se podían explicar los irregulares movimientos de los planetas? A este respecto, Eudoxo de Cnido (ca. 400-355 a.C.) creó la teoría de las esferas homocéntricas, tratando de esclarecer así el movimiento planetario.

Sin embargo, será Aristóteles (384-322 a.C.) quien en su De caelo teorice extensamente, en cuatro libros, sobre la estructura y el funcionamiento del universo, aduciendo leyes físicas sobre el movimiento de los cuerpos celestes. En el libro II de su obra, la redondez de la Tierra quedaba demostrada por argumentos empíricos tales como la observación de la sombra que ésta proyectaba sobre la luna durante los eclipses lunares o la visibilidad y no visibilidad de ciertas estrellas desde diferentes latitudes.

Tampoco podemos dejar de citar a Aristarco de Samos (310-230 a.C.), Apolonio de Perge (262-190 a.C), Hiparco de Nicea (190-120 a.C.) o Eratóstenes de Cirene (ca. 276-197 a.C.), quien calculó la circunferencia de la Tierra y la inclinación de su eje con bastante exactitud.

Más tarde, Claudio Ptolomeo (ca. 100-170 d.C.) equivocaría los cálculos y reduciría la medida del meridiano con respecto a la de Eratóstenes. No obstante, su obra Almagesto, escrita en griego, representaría la compilación más importante de la astronomía matemática donde postulaba que la Tierra era redonda, consagraba el modelo geocéntrico y geoestático terrestre, y concretaba el concepto de retrogradación de los planetas en la teoría de los epiciclos.

DURANTE LA TARDOANTIGÜEDAD

Emperador romano con orbe en la mano derecha
Detalle de un "mapa de carreteras" del Imperio.
Tabula Peutingeriana, siglo IV

ImagenBibliotheca Augustana

La redondez de la Tierra era aceptada y la cultura romana la admitió sin problemas. El concepto se transmitiría a través de obras enciclopédicas como la de Plinio el Viejo (ca. 23-79), quien en su Naturalis Historia alude a la Tierra como "orbis terrarum",  y de las artes liberales en la enseñanza.

Si bien en la época de transición a la Edad Media surgieron algunas voces disonantes, las críticas radicaron, básicamente, sobre teorías como la existencia de tierras en el hemisferio Sur donde habitarían los antípodas.
Debemos destacar en este punto a Lactancio (ca. 245-315), quien en su obra De divinis institutionibus escribió: « ¿Son razonables esos que sostienen que hay antípodas? ¿Hay alguien tan necio que crea que hay antípodas con los pies opuestos a los nuestros; gente que anda con los talones hacia arriba y la cabeza hacia abajo; que hay una parte del mundo en que todas las cosas están al revés, donde los árboles crecen con las ramas hacia abajo y donde llueve, graniza y nieva hacia arriba? [...]».

Gautier de Metz. L'Image du monde. Copia s. XIV
Dominio público: Wikimedia Commons

Con perplejidad se mostró también
San Agustín de Hipona (354-430) en su De Civitate Dei al parecerle inverosímil que algunos hombres hubieran podido navegar los océanos y llegado hasta la parte diametralmente opuesta del planeta. San Agustín puso en duda la existencia de los antípodas, pero nunca la esfericidad. Además se refería a la Tierra como “globosa moles” en su De Genesi ad litteram, mientras que San Ambrosio de Milán (340-397) se refirió al mundo como “globo inmóvil” en su Hexaemeron.

La concepción de la forma terráquea pasó a la cultura escolar romana y numerosos eruditos romanos propagaron dicha imagen, como Macrobio (ca. 390-430) al referirse a la Tierra como esfera y representarla en mapas esquemáticos en su Commentarii in Ciceronis Somnium Scipionis, o Marciano Capella (ca. 360-428) y su De nuptiis Fihilologiae et Mercurii, texto que sería pródigamente copiado durante el renacimiento carolingio.

COSMOVISIONES MEDIEVALES

Hacia el año 547, un mercader llamado Cosmas Indicopleustes escribió en griego una obra que en latín se tituló Topographia Christiana, donde planteaba un mundo plano y rectangular cubierto por una bóveda de cañón.

Para explicar la sucesión de los días y las noches en una Tierra plana, expuso que en el extremo norte del mundo existía una enorme montaña y que durante la noche el sol ascendía y pasaba por detrás de ella y se ocultaban alternativamente, día tras día, el sol y la luna. 

El mundo en forma de tabernáculo según Cosmas Indicopleustes
Dominio público: Wikimedia Commons

Sin embargo, debemos entender su escrito en el contexto social de la época y de la función religiosa que pretendía desempeñar, pues no en vano estaba dedicado a aquellos cristianos que creían en la afirmación pagana de la esfericidad. No obstante, sus planteamientos no afectaron a la cosmovisión dominanteAl igual que ocurrió con las ideas de Lactancio, no reflejaban el pensamiento medieval generalizado ni tuvieron repercusión. En realidad, Cosmas permaneció ignorado y sin traducir al latín hasta 1706, y en griego no fue apenas copiado.

Por la misma época, el erudito alejandrino Juan Filópono (490-570) defendía la esfericidad del planeta y criticaba en su De opificio mundi el modelo de Cosmas, aunque todavía se darían trabajos de una enorme influencia posterior.

Mapamundi tripartito de "T en O"
Isidoro de Sevilla. Etimologías, s. VII
Dominio público: Wikimedia Commons
En la Hispania visigoda, Isidoro de Sevilla (570-636) fue el artífice de la gran enciclopedia medieval con sus Etymologiae donde incluía el dibujo de un mapamundi de «T en O» en el que se visualizan las tres partes conocidas del mundo. Tanto en esta obra como en su De Natura Rerum ratificaba la teoría de la esfericidad de la Tierra.

Su homólogo en Britania, Beda el Venerable (ca. 675-735), desarrolló igualmente un extenso trabajo de capital importancia. Es conocido por elaborar cronologías y cómputos calendáricos (terrestres, astronómicos y litúrgicos) en sus obras De temporibus liber y De temporum ratione. En ellas incluyó un nuevo cálculo de la edad de la Tierra y propuso la división de la era cristiana en “antes y después de Cristo”. Pero además, en su De natura rerum, afirmaba que «la circunferencia de la tierra representa la figura de un globo perfecto», y dejaba claro el significado de la esfericidad: «la Tierra es un orbe situado en el centro del universo […], no circular como un escudo, sino esférica como una bola que se extiende desde su centro con redondez perfecta por todos lados».

Macrobio. Comentario al Sueño de Escipión. Copia s. XII
Zonas climáticas: zonas frígidas (los polos), 
templadas en azul y la zona tórrida en rojo.
Dominio público: Wikimedia Commons
Por tanto, si bien pudiera parecer que algunos autores se referían a una redondez plana, como una rueda o un disco, no cabían dudas cuando la definían como 
globus o sphaera. Con todo, en muchos trabajos asimilaron su forma a una manzana, un huevo o una bola para una total aclaración, aunque también se evidenciaba en el arte, en las esferas armilares y la cartografía. En el caso de los mapamundis, el problema es que no sabían cómo dibujar la tridimensionalidad de la esfera en plano.

La imagen del globo terráqueo siempre estuvo presente y numerosos intelectuales quisieron calcular su perímetro, como Juan Escoto Erígena (ca. 810-877) o el papa Silvestre II (935-1003).

Asimismo, se realizaban estudios sobre los eclipses, las mareas, los seísmos y los fenómenos atmosféricos. Los temas de debate eran los relativos al centro del planeta, la disposición de los cuatro elementos y la existencia de antípodas y su habitabilidad teniendo en cuenta las distintas zonas climáticas de la Tierra y que una de ellas era la zona tórrida del ecuador. ¿Cómo alguien podría haber atravesado la zona de clima abrasador? ¿Cómo podrían ser habitables las antípodas?

En cuanto al mundo islámico, fue durante su Edad de Oro, entre los siglos VIII y XIII, cuando se irradió el saber antiguo en su imperio hasta Occidente, junto a su propia producción filosófica y científica, a través de la circulación de textos traducidos al árabe. La necesidad de conocimientos astronómicos para la práctica de su religión les impulsó a la búsqueda del saber clásico y su cosmología se basó en los principios aristotélicos y ptolemaicos que dominaron la cosmovisión medieval. 
En todo este proceso fue clave la Casa de la Sabiduría, en Bagdad, donde traductores sirios (cristianos grecoparlantes) traducían textos griegos, persas e indios al siríaco y luego al árabe, así como la labor de la Escuela de Traductores de Toledodonde las traducciones y comentarios de las obras de 
Profesor con esfera armilar
Bartolomeus Anglicus. De proprietatibus rerum, 1240
(Le livre des propriétés des choses, 1372)
Fitzwilliam Museum, Cambridge. Ms. 251, fol. 133r
Aristóteles y Ptolomeo se multiplicaban. En este ámbito desarrollaron una importantísima labor lingüistas como Adelardo de Bath (ca. 1080-1150), que tradujo al latín obras de importantes astrónomos y matemáticos persas; Gerardo de Cremona (1114-1187) que tradujo el Almagesto del árabe al latín, entre otros muchos manuscritos, o Miguel Escoto (ca. 1175-1230) que hizo lo propio con obras de los andalusíes Alpetragio (al-Bitruyi) y Averroes (Ibn Rushd).

Los escolásticos impulsaron también la difusión del saber clásico en las universidades. En ellas se transmitían los conocimientos de la filosofía natural, a lo que se sumarán los cambios acaecidos por los franciscanos y su apología del método experimental.



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