30 julio 2022

¡MI REINO POR UN CABALLO!

ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DE LA CABALLERÍA MEDIEVAL HASTA EL SIGLO XI

Escena del Tapiz de Bayeux que representa la conquista de Inglaterra por los normandos del duque Guillermo el Conquistador en el año 1066. Dominio público: Wikimedia Commons.

¿Cómo surgió la caballería?, ¿qué factores hicieron que naciera este cuerpo social?, ¿a quiénes podemos denominar caballeros?, ¿en qué momento se produjo una transición del equites al chevalier?, ¿cuándo y cómo se convirtieron los guerreros a caballo en caballería? Para responder estas preguntas debemos considerar todo un proceso de transformación sobre los agentes estructurales del Medievo. La caballería marcó profundamente el mundo medieval y hablar de ella supone observar su evolución a partir del siglo VIII

LOS CAROLINGIOS Y LA REFORMA MILITAR DE CARLOMAGNO

Las necesidades militares de un imperio en expansión hicieron que el reino de los francos fuera el territorio donde se iniciara la configuración de la futura caballería. Carlos Martel llevaba a cabo campañas cada vez más lejanas que obligaban a aumentar la hueste y a transformar gran parte de las fuerzas de infantería, que eran mayoritarias, en tropas a caballo. El soberano, para atraerse fidelidades y remunerar a sus hombres, les concedió en precario tierras eclesiásticas, a cambio de la prestación de los servicios de guerra. Los ingresos que se derivarían debían servirles para pertrecharse con un equipo acorazado. En consecuencia, se fue dando un incremento de la caballería pesada que además se vio favorecida por la introducción del estribo, ya que les permitía tener un mejor dominio del corcel, una mayor estabilidad sobre él y manejar con mayor soltura las armas, pero este invento, que era de origen oriental y llegó a Occidente hacia el siglo VIII, no supuso una modificación del método de combate. El caballo era indispensable para los desplazamientos, pero una vez llegados al campo de batalla, muchos jinetes desmontaban y luchaban a pie con las armas de los peones.

Caballería carolingia. Ilustración: Wayne Reinolds. Fuente: Historiando.org
Sabemos que sólo los 
hombres libres tenían derecho a portar armas y los campesinos libres debían acudir, en virtud de ese derecho, a la convocatoria anual del ejército para salir en campaña junto a su señor; pero Carlomagno reparó en los pobres (pauperes), y el deseo de asegurarse su participación en el servicio militar fue el impulso decisivo para una reforma atendiendo a la situación de los libres (liberi) y la extensión de sus tierras. Así, el soberano estableció que los dueños de 4 mansos o más, debían proveerse de casco, espada, lanza y escudo. Para los que no llegaban a 4 mansos, siendo considerados pauperes, se estipuló que, de entre esos hombres se alistara uno, equipado entre todos, y que el resto se encargara de su finca mientras estaba en campaña.

Por otra parte, los propietarios de 12 mansos o más, además del equipo mencionado, estaban obligados a llevar coraza* (Fleckenstein, 2006, p. 28). Sin embargo, al ser tan costoso dicho equipamiento, Carlomagno quiso reforzar con la concesión de tierras (beneficia) a los combatientes acorazados del contingente ecuestre. Ahora bien, los beneficiarios de un beneficium (más tarde, feudo) debían ser los primeros en partir (in primis), situarse en primera línea de combate y estar disponibles en cualquier momento. A la cabeza de estos ejércitos estaban los vasallos de la corona (vassi dominici), algunos de los cuales contaban con auténticos latifundios (desde 30 mansos hasta los que tenían más de 100 y 200 mansos).

De esta manera, Carlomagno puso el germen que uniría vasallaje y feudalismo en un proceso en el que el vasallaje fue extendiéndose, militarizándose y adquiriendo importancia gracias a la donación de feudos. Esto hizo que se fueran uniendo los conceptos miles (soldado) y vasallus hasta que, desde mediados del siglo IX, significaron lo mismo. Eran componentes de la militia que incluía nobles (nobiles) y ministeriales. Progresivamente, “milites (soldados) se fue asignando a los hombres que se situaban por debajo de los nobles, pero por encima de los campesinos, y más adelante, a mediados del siglo XI, denota su mejorada posición el hecho de que quedaran exentos de ciertos impuestos señoriales, como atestiguan algunos documentos de la época. En cualquier caso, el vasallaje tuvo un aumento imparable en todos los territorios del imperio carolingio, pero la extensión de los señoríos, que se servían de sus propios milites, desembocará en un grave problema social.

LA PAZ Y TREGUA DE DIOS

Con la disgregación del imperio carolingio se produjo una gran atomización del poder político que quedó en manos de los señores feudales. Ya con los últimos carolingios, la nobleza de Aquitania y de la Baja Borgoña se había desligado de la autoridad del rey y, aunque los normandos todavía la respetaban, los poderes regionales, que se evidenciaban por la presencia de sus castillos, fueron en aumento. Esto llevó a un desgobierno generalizado, caracterizado por los enfrentamientos entre los señores feudales, el saqueo y la violencia indiscriminada sobre la población. Ante la gravedad de la situación y la inoperancia de los reyes, la Iglesia tomó la iniciativa para limitar las consecuencias de las luchas entre linajes y proteger a los más indefensos de la sociedad.

A finales del siglo X, obispos y abades, apoyados por la alta aristocracia que quería restaurar el orden en sus zonas de influencia, instituyeron la Paz de Dios con resoluciones dirigidas a impedir los actos ilegítimos en las guerras privadas, los ataques de los milites a los inermes y a respetar las iglesias, el clero y sus siervos. Se trataba de reglamentar las acciones de la guerra, circunscribirla únicamente a los combatientes y proteger a la población desarmada (los no combatientes) y sus bienes. A partir del concilio de Elnes (1027), la Paz de Dios se amplió con la Tregua de Dios que incluyó la prohibición de portar arma y guerrear en algunos días determinados y, más tarde, en fechas y periodos más amplios como Navidad y Semana Santa.

 Los tres órdenes. Inicial adornada (siglo XIII)
Dominio público: Wikimedia Commons 
Sin embargo, los concilios y textos eclesiásticos dieron otra consecuencia fundamental a la sociedad medieval y es que, al subrayar la distinción entre gente armada y desarmada, se clasificó la población bajo la idea de que sólo se podía recuperar la estabilidad social si las funciones de cada grupo estaban bien definidas, creándose así el esquema tripartito: oratoreslaboratores bellatores

SERVIR Y PROTEGER

Puesto que la Paz y Tregua de Dios empezó a llegar a un punto en el que no era eficaz, la Iglesia asignó a los milites la protección de los débiles (especialmente viudas y huérfanos) y la defensa de los dos grupos sociales restantes, orientando así a los combatientes hacia causas justas como ejecutores de unas tareas reservadas sólo para ellos y de cuyo cumplimiento dependía la seguridad de la de la cristiandad. La Iglesia, no sólo consiguió limitar el uso de las armas y elaborar una ética guerrera estableciendo la diferenciación entre guerra justa e injusta, sino que abrió a aquel estamento un nuevo horizonte.

La función guerrera se moralizó y la guerra justa, dirigida a combatir a infieles y paganos, se sacralizó. Con la inserción de las virtudes cristianas en su cometido, se creaba la imagen del soldado al servicio de la Iglesia y de Dios. A partir de entonces, los milites, para salvar su alma manchada por los pecados de la sangre, la codicia y el robo, debían abandonar su militancia seglar, que iba en contra de la doctrina cristiana, (como habían revelado todas sus acciones pecadoras y perversas) y pasar a la militancia de Cristo. Con la proclamación de la Primera Cruzada en 1095, la Iglesia encauzaba el ardor bélico de los milites hacia un nuevo objetivo y los convertía en soldados de Cristo (milites Christi).

Además, junto a los escritos eclesiásticos, la literatura seglar influyó con modelos épico-cristianos en la formación de una ética caballeresca y con todo, otro factor jugó un papel fundamental.

UN NUEVO MÉTODO DE COMBATE

Hacia finales del siglo XI, la adopción de una nueva técnica de combate con la lanza significó un nuevo impulso para el estamento marcial.

En las batallas, la caballería pesada era utilizada como carga de choque y, junto al uso de las espuelas, del estribo y de un armazón de la silla más alto, entraba en juego la lanza. Esta arma se podía emplear de varias maneras dependiendo de cómo se sujetase, y era muy normal utilizarla como jabalina, pero la nueva táctica consistía en sujetarla fuertemente bajo un brazo y, dirigiéndola en posición horizontal, lanzarse a la carga con el cuerpo inclinado hacia delante muy pegado al animal. En definitiva, caballo, jinete y lanza formaban, unidos, un proyectil de una enorme potencia. No obstante, la necesidad de ejercitación con este método específico del combate a caballo llevó a la instauración del torneo como entrenamiento militarLos luchadores tenían la ocasión de poner en práctica diferentes estrategias de guerra y demostrar heroicas hazañas al público presente, puesto que los torneos eran, a su vez, reuniones aristocráticas y espectáculos magníficos de una gran popularidad

Los participantes debían proveerse de un equipo que implicaba un muy alto coste y que incluía la indumentaria, las armas, un caballo y un escudero. Todo ello significaba poseer grandes recursos o contar con la ayuda de un noble que ejerciera de benefactor, de manera que el simple hecho de participar en un torneo era en sí mismo un distintivo social. La construcción de un código de valores que les unía y las habilidades militares adquiridas hacían de ellos unos guerreros distintos del resto que luchaban a su lado en las contiendas, por lo que estos factores imprimirían la diferencia a esta élite guerrera cuyos miembros buscaban la fama y mención de sus proezas. La definición de “caballero” era ya una realidad. 


 NOTAS ACLARATORIAS Y DE AMPLIACIÓN

Sobre la coraza*: Se trataría de una loriga de cuero recubierta de piezas de metal o Brunia.

«Hasta mediados del siglo XI, [...la protección del guerrero, hasta el medio muslo, era la cota de escamas sobre la túnica de cuero o la cota de malla hecha de anillas de hierro entrelazadas». (Flori, Caballeros y caballería..., p. 105).

 En las Capitulares de Carlomagno: 
«Habeant loricas vel galeas et temporalem hostem, id est aestivo tempore»
En: "Capitulare Aquisgranense". Capitularia Regum Francorum, tomo I, nº 77 (813), art. 9, p. 171.

Sobre la reglamentación de los efectivos de guerra

«A mediados del siglo VIII, los vasallos deben ir al combate con el equipo completo, que se compone de un caballo, una loriga (lorica), de una coraza formada de escamas de hierro superpuestas y sujetas a un jubón, un escudo de madera, una lanza, una espada y un machete procedente del antiguo scramasax»(Flori, Caballeros y caballería..., p. 48).

«El movilizado debía presentarse en el centro de concentración provisto, bajo pena de multa, de una lanza, de un escudo, de un arco con una cuerda de recambio y de doce flechas. Los jefes de destacamento debían, además, llevar un casco y una loriga o una brunia, es decir, un sayo de cuero revestido de piezas de metal». (Halphen, p. 140).

Sobre los mansos: Eran fincas que formaban parte del dominio señorial, pero cedidas a familias campesinas. A cambio, debían abonar unas rentas en especie, en metálico o en jornadas de trabajo en la reserva señorial (corveas, sernas). Un manso englobaba la vivienda, las tierras de cultivo y los appendicia. Además, podía estar habitado por varias familias, pero aparecía como una unidad fiscal. 

Sobre el manejo de la lanza: El nuevo método consistía en la carga a lanza tendida (en posición horizontal fija). Esta nueva técnica se ve relacionada con las conquistas normandas en documentos de finales del siglo XI. También se ve representada en algunas escenas del tapiz de Bayeux (finales del siglo XI).

Sobre los torneos: El torneo era una pelea general entre grupos de guerreros ecuestres, un simulacro de batalla donde se podía ganar un buen botín. Los derrotados podían ser hechos prisioneros, perder sus caballos y tener que pagar un rescate. A partir del siglo XIV toman relieve las justas, que eran combates entre dos caballeros.

En precario: Concesión de tierras para la obtención de un usufructo, pero cuya propiedad era de la Iglesia en este caso.

Inermes: Sin armas. Desarmados.  

Ministeriales: Hombres no libres que pertenecían a la servidumbre doméstica del señor feudal (imperial o eclesiástico). Se les encomendaban las funciones más importantes de la casa, (chambelán, senescal, maestresala, etc.) además de supervisar las propiedades del señor. Su entrada en la militia, hacia el siglo XI, supuso un ascenso social y con el tiempo, obtuvieron feudos e importantes puestos en la administración y en el ejército. 

Milites casati: Vivían en su propia casa, en las tierras concedidas por el señor feudal, pero, en su deber vasallático, tenían que cumplir con el servicio de hueste destinado a dar apoyo (con sus propios vasallos) en las expediciones, algaras o cualquier otra operación militar de su sire. Era un servicio temporal. 

Milites castri o gregarii: Caballeros de mesnada o castellanía. Vivían en el castillo del señor. Eran su guardia personal y parte esencial de sus tropas en operaciones de represalia o intimidación. El lugar de estos milites en la sociedad dependía del prestigio, la riqueza y la generosidad (largesse) del sire, ya que de él dependía el equipamiento, además del alojamiento, la ropa y la alimentación de éstos.

Servicio mercenario: 1) Mercenarios que, a cambio de una paga, un salario o la promesa de una parte de las tierras o bienes que se obtuvieran de una expedición, se ponían a disposición de un señor. 2) Vasallos remunerados por un señor para que prolongaran por más tiempo su servicio. En cualquier caso, el servicio mercenario implicaba que cada uno se costeaba todo su equipo. 


BIBLIOGRAFÍA

Boretius, A. "Capitularia Regum Francorum". Monumenta Germaniae Historica (MGH), Hannover, Tomo I, 1883.

Fleckenstein, Josef. La caballería y el mundo caballeresco. Madrid: Siglo XXI, 2006.

Flori, Jean. La caballería. Madrid: Alianza Editorial, 2001.

Flori, Jean. Caballeros y caballería en la Edad Media. Barcelona: Paidós, 2001.

Halphen, Louis. Carlomagno y el imperio carolingio. Madrid: Akal, 1992.

Keen, Maurice. La caballería. Barcelona: Ariel, 1986.

 

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